ISABEL I DE CASTILLA ( LA CATOLICA)

* REINA DE REINAS *

Isabel I de Castilla nació el 22 de abril de 1451 en Madrigal de las Altas Torres (Ávila), tercera hija del rey Juan II de Castilla y de Isabel de Portugal. En 1468, en el pacto de los Toros de Guisando, con sólo 17 años, fue designada heredera de la corona de su hermano Enrique IV.

Su matrimonio en secreto con el príncipe Fernando, hijo de Juan II de Aragón, enfadó a su hermano, el cual la desheredó para poner en su lugar a su sobrina Juana. La posterior muerte de Enrique IV provocaría guerras entre los defensores de Isabel y Juana, las cuales finalizarían a favor de Isabel en 1476.

Los combates, sin embargo, se sucedieron en la frontera castellanoportuguesa hasta 1479, en que el tratado de Alcaçobas supuso el definitivo reconocimiento de Isabel como reina de Castilla por parte de Portugal. El mismo año Fernando II accedió al trono de la Confederación catalanoaragonesa, con la consiguiente unión dinástica de Castilla y la Corona de Aragón.

Una de sus hazañas bélicas fue la conquista de Granada, el último bastión del reinado nazarí en la Península, en 1492. Aunque este año es recordado fundamentalmente por el descubrimiento de América por Cristóbal Colón, lo que supuso el culmen de la política exterior isabelina, y un antes y un después en la historia de Occidente.

En regreso de Colon de su primer viaje, mostro a los Reyes Catolicos lo que alli habia encontrado, entre ellos traian varios Indigenas mani atados, lo cual, Isabel al verlo , entro en colera, y ordeno liberarlos de inmediato, lo cual escribio una orden real para la igualdad de todos los subditos de a corona.

Isabel la Católica se ganó el título de Precursora de los Derechos Humanos por parte de importantes historiadores al tratar de defender la igualdad de los súbditos americanos con los del Viejo Continente. Algo que hubiera cambiado sensiblemente el desarrollo y vida de los pueblos autóctonos de América.

Murió el 26 de noviembre de 1504 en el Palacio Real de Medina del Campo (Valladolid) a causa de un cáncer de útero. Tras un reinado que marcó historia, el relevo lo tomó su hija Juana, Juana la Loca, la cual, tras ser declarada incapaz para reinar, fue sucedida por su marido Felipe I El Hermoso y, finalmente, por Carlos I...…………...

 

--------------------------------------------------- PRICIPALES ACCIONES REALIZADAS -----------------------------------------------------------------

 

- Impulsa la cristiandad. 

 

- Unifica reinos y señoríos, ( incluso teniendo que ceder a sus queridísimas hijas).

 

- Recupera todo el terreno conquistado por los musulmanes.

 

- Socorre y atiende a soldados heridos en el campo de batalla.

 

- Financia el proyecto de Cristóbal Colon en el descubrimiento de América.

 

- Crea las leyes de Indias para la defensa y un trato igualitario entre indígenas y Castellanos, convirtiéndose        así en precursora de los derechos humanos.

 

 

 

 

 

 

 


casamiento de Isabel y Fernando


descendencia de los Reyes Catolicos


ISABEL DE ARAGON Y CASTILLA (REINA DE PORTUGAL)


JUANA DE ARAGON Y CASTILLA


CATALINA DE ARAGON: REINA DE INGLATERRA

Catalina de Aragón (Alcalá de Henares, 1485 – Kimbolton, Inglaterra, 1536). Hija de Fernando II de Aragón y de Isabel I de Castilla, contrajo matrimonio en 1501 con Arturo, primogénito de Enrique VII de Inglaterra. El enlace formaba parte de la política de alianzas diseñada por sus padres para aislar diplomáticamente a Francia. Arturo murió al año siguiente, y los intereses de Estado llevaron a negociar el matrimonio de Catalina con el nuevo heredero y hermano del difunto, el príncipe Enrique de Gales. La boda se pospuso hasta que el príncipe Enrique se convirtió en Enrique VIII (1509). Sería Reina de Inglaterra.

 

De la unión con Enrique VIII nacieron seis hijos, aunque de todos ellos sólo sobrevivió María Tudor, futura reina de Inglaterra. Enrique VIII, preocupado por la necesidad de tener un sucesor varón, y a un tiempo enamorado de Ana Bolena, solicitó el divorcio a las autoridades eclesiásticas. La reina defendió la validez del enlace por el hecho de que su matrimonio con Arturo no había sido consumado.  En plena efervescencia protestante, la cuestión se convirtió en una viva polémica sobre la primacía papal. El papa Clemente se pronunció contra la pretensión del monarca, y le ordenó acudir a la Santa Sede. Enrique VIII rehusó presentarse, negando la autoridad del papa. Por último, Enrique rompió definitivamente con Catalina (1531) y se casó con Ana Bolena, ya embarazada de la futura reina Isabel I. Catalina fue confinada en el castillo de Kimbolton, pero nunca renunció al título de reina.

 


MARIA DE ARAGON Y CASTILLA ( REINA DE PORTUGAL)


María Tudor ( Reina de Inglaterra)

María I de Inglaterra: ¿Fue tan cruel y sanguinaria como la pinta la Leyenda Negra?

 

Tras la celebración del enlace entre la reina inglesa y Felipe II, en julio de 1554, la situación de los anglicanos únicamente podía ir a peor. En diciembre se promulgó una vieja ley del siglo anterior, según la cual los obispos tenían derecho de mandar a la hoguera a los sospechosos de herejía. Las propiedades de los culpables, además, pasarían a las manos de la reina. Una serie de panfletos, uno de los cuales está recogido en la obra de Álvarez Recio, dan testimonio del terror que causó esta medida entre los anglicanos,

 

Las persecuciones de María Tudor no representan un fenómeno exclusivo de su reinado. Después de la aprobación del Acta de supremacía, Enrique VIII mandó al cadalso a personajes tan influyentes de la corte como el pensador Thomas More (Tomás Moro). El autor de «Utopía» y antiguo lord canciller se negó a aceptar las pretensiones del monarca y se mantuvo fiel a la fe católica. Su cabeza acabó rodando por Tower Hill el 6 de julio de 1635. Tan solo unos días antes, el cardenal y confesor personal de Catalina de Aragón, John Fisher, había corrido la misma suerte.

Pero la cosa no quedó ahí. Después de la muerte de María I, su hermana Isabel le dio la vuelta a la tortilla y comenzó a perseguir a los católicos. Según señala Elvira Roca Barea en su obra « Imperiofobia y Leyenda Negra» (Siruela), en tiempos de esta unas 1.000 personas fueron ajusticiadas, la mayoría católicos, pero también cuáqueros y calvinistas entre otros.


Jimena Diaz  -  La Esposa del Cid

La increíble historia de Catalina de Erauso, la Monja Alférez

nació en San Sebastián en 1585, pero su partida de bautismo de la parroquia donostiarra de San Vicente indica el 10 de febrero de 1592. Hija del capitán Miguel de Erauso, Catalina era la menor de seis hermanos. A los cuatro años fue internada junto a sus tres hermanas en el convento de las dominicas de San Sebastián el Antiguo. Inadaptada y rebelde, la trasladaron al convento de San Bartolomé, de normas y clausura más estrictas. Oprimida y vejada por una de las religiosas, Catalina huyó del monasterio con 15 años sin haber llegado a profesar.

Su escapada duró varios días, andando «sin haber comido más que hierbas que topaba por el camino», hasta que llegó a Vitoria, donde entró a trabajar en casa de un médico, pariente lejano, que no supo reconocerla con los ropajes de hombre, pues Catalina había decidido vivir y vestir como un hombre. Tres meses después huyó de la casa con el dinero que había robado a su pariente y se estableció en Valladolid, donde se convirtió en paje del secretario del rey Juan de Idiáquez y se hizo llamar Francisco de Loyola. En sus memorias relata que se encontró allí con su padre, que no la reconoció. Catalina escapó hacia Bilbao. En la capital vasca apedreó a unos muchachos que se burlaron de ella e hirió tan gravemente a uno de ellos que fue encarcelada un mes. Luego pasó a Estella, en Navarra, donde se empleó como paje de un hidalgo. Dos años más tarde volvió a San Sebastián y un día oyó misa junto a su madre, que «no me conoció», asegura en las memorias.

En busca de nuevos horizontes, Catalina se enroló en la flota que partía hacia América. Cuando al año siguiente los galeones regresaban a España cargados con el oro y la plata americana, Catalina robó quinientos pesos del camarote del capitán de su nave y se escondió en el puerto de Nombre de Dios hasta que los navíos estuvieron bien lejos. Siempre viviendo como Francisco, se trasladó a Perú, donde entró a trabajar como ayudante de un comerciante español al que sirvió con lealtad y diligencia, por lo que al poco tiempo estaba al frente de uno de los almacenes del empresario en la ciudad de Saña. Pero su carácter bravucón la metió en una riña que concluyó con un caballero muerto, otro herido y ella en la cárcel. Su amo la sacó de prisión con el ánimo de casarla con su propia amante, pero al negarse a ello Catalina el comerciante la trasladó a su negocio de Trujillo. Al cabo de un par de meses apareció con dos amigos el caballero al que Catalina había herido en Saña. Una nueva trifulca acabó con otro hombre atravesado por el estoque de la donostiarra y ella refugiada «a sagrado» en una iglesia.

Para que escapara del cargo de homicidio y de numerosas deudas de juego, su amo logró enviarla a Lima a trabajar en una tienda de un amigo suyo. En Lima, según cuenta ella misma, tuvo relaciones con la sobrina de su jefe, lo que a la postre le costó el despido. Sin dinero ni trabajo, se alistó en uno de los enganches que reclutaban soldados para enfrentarse con los indios mapuches en el sur de Chile.

Dispuesta a «andar y ver mundo», desembarcó en Concepción bajo la identidad de Alonso Díaz Ramírez de Guzmán, junto con otros miles de soldados. Allí vuelve a darse otra de esas fascinantes coincidencias que hacen sospechar que las memorias de Catalina, tal y como han llegado a nosotros, puedan tener partes de alguno o algunos autores apócrifos que hubieran ido coloreando los escritos originales con ánimo novelesco. Sólo así se entiende que el soldado Alonso se encontrara con su hermano Miguel, a la sazón secretario del gobernador de Chile. Sin confesarle la vinculación familiar, se hicieron buenos amigos y Alonso se incorporó al séquito personal de Miguel, «comiendo a su mesa casi tres años» sin ser reconocido. Cuando Miguel se enteró de que su sirviente cortejaba a una amante suya lo despachó a correazos al fuerte de Paicabí, un duro correccional en el frente araucano

Cuatro años estuvo Catalina batallando ferozmente contra los mapuches. El soldado Díaz mostró su valor en varias acciones, la más legendaria de las cuales fue el rescate de las banderas del batallón robadas por los nativos, por lo que su propio hermano Miguel solicitó que se le diera el cargo de capitán. Pero –según refiere Catalina– sólo fue ascendida a alférez de compañía porque había ahorcado a un líder mapuche, Quispiguaucha, en vez de entregarlo vivo para ser interrogado.

Una tarde de 1609, acantonada en Concepción en espera de poder regresar a Lima, en una de sus muchas trifulcas a causa de su afición a los naipes, atravesó con su espada a otro oficial e hirió de muerte al alguacil que iba a detenerla. Siguiendo su vieja estrategia, se acogió a sagrado en el convento de San Francisco, que permaneció más de seis meses cercado por las tropas del gobernador. Cuando se relajó la vigilancia, decidió salir para ejercer de padrino de un compañero suyo en un duelo. En una noche tan oscura «que no nos veíamos las manos», se batieron no sólo los dos que se habían desafiado, sino también sus apoderados. Aparece aquí otra increíble fatalidad, pues el padrino de la parte contraria al que Catalina hirió de muerte resultó ser su hermano. Por si esto fuera poco, éste fue enterrado en el convento de San Francisco, el mismo lugar en el que su asesina tuvo que esconderse ocho meses más antes de poder huir a Tucumán junto con otros dos prófugos en un duro periplo que les obligó a comerse a uno de sus caballos para sobrevivir. Allí hizo promesa de casamiento a dos mujeres, de las que tuvo que huir antes de que se descubriese su verdadera naturaleza.

Catalina alcanzó la villa de Potosí a caballo y allí vivió un par de años hasta enrolarse en una compañía militar con destino a la región de los Chunchos, tierras en las que batalló a los indios con gran ímpetu. Catalina relata un enfrentamiento con éstos –más de diez mil, según ella– en el que «volvimos a ellos con tal coraje e hicimos tal estrago, que corría por la plaza abajo un arroyo de sangre como un río, y fuimos siguiéndolos y matándolos hasta pasar el río Dorado». Después de acumular todo el oro que pudo, se licenció y se estableció en La Plata (hoy Sucre, en Bolivia) como administradora de una viuda rica. Otra vez envuelta en un turbio asunto, fue acusada de rajar la cara a una mujer con una navaja de barbero por vengar a su señora, que había sido golpeada en la cara con un zapato por la malhumorada dama tras una discusión entre ambas.

Huida de nuevo, anduvo comerciando con trigo entre Cochabamba y Potosí. Pendenciera y ludópata sin remedio, mató a dos hombres en sendas riñas de juego, y a resultas del segundo homicidio fue juzgada y sentenciada a muerte. Cuando ya tenía la soga al cuello salvó milagrosamente la vida: dos de los testigos –condenados a su vez– se retractaron y aseguraron «que, inducidos y pagados y sin conocerme, habían jurado falso contra mí».

 

A continuación, Catalina viajó sin rumbo hasta que regresó a Cuzco, donde otra pendencia de naipes derivó en su enésimo lance de espadas. Catalina fue herida de gravedad, pero acabó con la vida de un gigantón apodado «el Nuevo Cid». Ayudada por amigos vizcaínos «determiné mudar de tierra». Convertida en una homicida buscada por todo el Perú, finalmente fue reconocida y detenida en Huamanga (el actual Ayacucho), no sin antes matar a uno de los guardias que querían prenderla y herir a dos más.

 

Entonces, el alférez Díaz, al verse enfrentado a una muerte segura, pidió entrevistarse con el obispo, Agustín de Carbajal, al que contó en confesión toda su vida y le reveló el engaño de sus ropas: «La verdad es ésta, que soy mujer». El obispo mandó a dos matronas que reconocieran a Catalina y éstas certificaron que era doncella. El prelado, conmovido, pactó que cumpliera su pena en el convento de las clarisas de Huamanga. La extraordinaria historia de Catalina se hizo pública y los alucinados lances de su biografía circularon por todo el virreinato.

Convertida en una celebridad, Catalina fue reclamada por el arzobispo de Lima y el virrey, ansiosos de conocerla. Enclaustrada en el convento de las comendadoras de San Bernardo, vivió en Lima dos años hasta que se supo que nunca había profesado como monja como ella sostenía, pues en su San Sebastián natal no pasó de novicia. Arrepentida, perdonada y exclaustrada, en 1624 regresó a España como hombre, haciéndose llamar Antonio de Erauso. En el viaje escribió o dictó los escritos que hoy conocemos como sus memorias. Tras ser recibida por el rey Felipe IV marchó a Italia, donde se entrevistó con el papa Urbano VIII, quien le concedió permiso para seguir vistiendo y firmando como hombre.

 

A partir de aquí su leyenda creció, pero ella desapareció de la vida pública. Al parecer, regresó a América y se dedicó a trasladar a pasajeros y equipajes desde el puerto de Veracruz a la ciudad de México con una recua de mulas. Murió en 1650 en la localidad de Cuitlaxtla.


Agustina de Aragón


Beatriz Bureta


Malinche


María Pacheco, María Pita e Inés de Ben

Mientras Agustina se batía en Zaragoza contra los franceses, otras heroínas populares adquirieron gran peso durante la Guerra de Independencia. Así fue el caso de Manuela Malasaña –la joven madrileña que murió durante el levantamiento del 2 de mayo– o de Clara del Rey –que fue herida de muerte ese mismo día en el Parque de Artillería de Monteleón–. El relato nacional de una mujer guerrera que defiende su tierra frente a una invasión extranjera es, en cualquier caso, un mito recurrente en distintos países de Europa, pero además traza un antecedente directo con la historia de María Pita, la defensora de La Coruña en 1589 frente a la Contraarmada Inglesa. Tras el desastre de la Armada española en 1588, Isabel I de Inglaterra ordenó a Francis Drake lanzar un contraataque contra España, la conocida como «Contraarmada», que curiosamente tuvo un destino tan trágico como el de su precursora española.


Inés de Suárez

Inés de Suárez pasó a la historia no sólo por ser una de las fundadoras de Santiago de Chile junto al conquistador Pedro Valdivia, sino por haber protagonizado uno de los actos más crueles de la batalla por los territorios americanos.


Eulalia de Mérida

 

Eulalia de Mérida nació en Augusta Emerita (Mérida) aproximadamente en el año 292. Algunas fuentes datan su vida más tarde, y ponen su martirio en el tiempo del emperador Trajano Decio (249-251). Era hija del senador romano Liberio y tanto ella como toda su familia eran cristianos.
Cuando Eulalia cumplió los doce años apareció el decreto del emperador Diocleciano prohibiendo a los cristianos dar culto a Jesucristo y mandándoles adorar a los ídolos paganos. La niña sintió un gran disgusto por estas leyes y se propuso protestar ante los delegados del gobierno.
Viendo su madre y su padre que la joven podía correr algún peligro de muerte si se atrevía a protestar contra la persecución de los gobernantes, se la llevaron a vivir al campo, en una casa situada en las orillas del río Albarregas, pero ella se vino de allá y llegó a la ciudad de Mérida, según la tradición, el 10 de diciembre del año 304, tras una travesía que, según sus biógrafos, estuvo llena de intercesiones milagrosas.
Eulalia se presentó ante el gobernador Daciano y le protestó valientemente diciéndole que esas leyes que mandaban adorar ídolos y prohibían a Dios eran totalmente injustas y no podían ser obedecidas por los cristianos.
Daciano intentó al principio ofrecer regalos y hacer promesas de ayudas a la niña para que cambiara de opinión, pero al ver que ella seguía fuertemente convencida de sus ideas cristianas, le mostró todos los instrumentos de tortura con los cuales le podían hacer padecer horriblemente si no obedecía a la ley del emperador que mandaba adorar ídolos y prohibía adorar a Jesucristo. Y le dijo: "De todos estos sufrimientos te vas a librar si le ofreces este pan a los dioses, y les quemas este poquito de incienso en los altares de ellos". La jovencita lanzó lejos el pan, echó por el suelo el incienso y le dijo valientemente: "Al solo Dios del cielo adoro; a Él únicamente le ofreceré sacrificios y le quemaré incienso. Y a nadie más".
Entonces el juez pagano mandó que la destrozaran golpeándola con varillas de hierro y que sobre sus heridas colocaran antorchas encendidas. La hermosa cabellera de Eulalia se incendió y la jovencita murió quemada y ahogada por el humo.
Dice el poeta Prudencio que al morir la santa, la gente vio una blanquísima paloma que volaba hacia el cielo, y que los verdugos salieron huyendo, llenos de pavor y de remordimiento por haber matado a una criatura inocente. La niebla cubrió el cadáver y el suelo de los alrededores, hasta que varios días después llegaron unos cristianos y le dieron honrosa sepultura al cuerpo de la joven mártir. Allí en el sitio de su sepultura se levantó un templo de honor de Santa Eulalia, y dice el poeta que él mismo vio que a ese templo llegaban muchos peregrinos a orar ante los restos de tan valiente joven y a conseguir por medio de ella muy notables favores de Dios.
El culto de Santa Eulalia se hizo tan popular que san Agustín hizo sermones en honor de esta joven santa. Y en la muy antigua lista de mártires de la Iglesia Católica, llamada "Martirologio romano", hay esta frase: "el 10 de diciembre, se conmemora a Santa Eulalia, mártir de España, muerta por proclamar su fe en Jesucristo".


La Dama de Arintero

Tras la muerte del rey Enrique IV en el año 1474, Castilla se quedó sin heredero. Las Cortes habían jurado como reyes a la princesa Isabel, y a su esposo, el príncipe Fernando, heredero del trono de Aragón. Algunos poderosos señores de la nobleza habían alzado pendones por la infanta doña Juana, hija del difunto rey. Se empezó a tramar una rebelión, dirigida por don Alfonso, rey de Portugal, ya que quería extender su reino con la unión de Castilla.

 

 

 

 

 




Con ese motivo, los mensajeros se extendieron por todos los reinos, llamando a los vasallos leales a las armas en defensa de los Reyes Católicos.

 


Miles de personas acudieron a esta llamada y se concentraban cerca de Benavente y, en Arintero, sus vecinos habían alzado pendones por los Reyes Católicos. Sin embargo, al Señor del lugar, el noble conde García de Arintero, que había peleado cien combates junto a Castilla, era ya mayor y no podía acudir a la batalla con sus reyes. De su matrimonio con doña Leonor sólo habían nacido siete mujeres y no tenía hijos varones. Por primera vez en siglos, ningún señor de Arintero acudiría al llamamiento de la Corte.

 


La angustia del padre conmovía a una de sus hijas, Juana de Arintero, la mediana, que no soportaba ver a su padre desesperado de no poder servir a sus legítimos reyes. Concibió la audaz idea de ir ella a la guerra, en defensa del honor y el nombre de su linaje. Pidió licencia a su padre para ocupar, con el nombre de Oliveros, el puesto de varón que no le había concedido el Cielo.


 «...Calle usted, mi padre, calle/ no eche, no, esa maldición/ si tiene usted siete hijas/ Jesucristo se las dio./ Cómpreme armas y caballo,/ que a la guerra me voy yo./ Cómpreme una chaquetilla/ de una tela de algodón/ para apretar los mis pechos/ al lado del corazón...»

 

 

El padre se negaba, decía que era imposible que una mujer luchara, pero, a cada objeción de él, ella respondía firmemente y le desbarataba los argumentos. Tras varios días, el conde García acabó cediendo y dio el consentimiento a su hija. Fueron dos meses de duro trabajo. Juana, la dama de Arintero, aprendió a dominar su caballo de guerra y a manejar la espada y la lanza. Se habituó al peso de la armadura y al oficio de la guerra. Tras el duro aprendizaje, del débil cuerpo de la dama surgió el noble y hábil caballero Oliveros, nombre de guerra de Juana, quien se encaminó, desde Arintero, a unirse a las filas de combate. Parecía un caballero cualquiera y nadie sospechó cuando se presentó en el campamento de Benavente. En los meses sucesivos, gracias a su manejo de la espada y a su valor y coraje, el caballero Oliveros se ganó la fama de caballero valiente. En febrero de 1475 se inició el cerco de la ciudad rebelde de Zamora y el asalto de las murallas para tomar la ciudad. A punto de terminar la jornada, varios soldados, entre los que estaba el caballero Oliveros, se apoderaron de una de las puertas principales de la muralla y consiguieron que la ciudad se rindiese.

 

 

 




 

 

 

 




La siguiente batalla fue en Toro, donde el rey de Portugal había reunido a un poderoso ejército. Mientras el caballero Oliveros se enfrentaba contra un soldado armado, una estocada rompió el jubón de la dama y le dejó al descubierto un pecho. Varias voces gritaron a la vez: «Hay una mujer en la guerra». El rumor se extendió y llegó a oídos del almirante de Castilla, que recibió las explicaciones de Juana, que tuvo que desvelar su verdadero nombre y las causas de su presencia en el ejército. El Rey, admirado por el valor de la Dama, no sólo la perdonó, sino que concedió a Arintero y a sus vecinos numerosos privilegios. En su regreso a Arintero, Juana, mientras hacía frente a unos traidores que querían arrebatarle sus privilegios, cayó herida mortalmente y su valerosa hazaña quedó marcada en la ciudad de León, ya que una calle lleva su nombre.

 

 

Hay quien canta su valerosa muerte y no faltan los que dicen que escapó y posteriormente contrajo matrimonio con un noble asturiano. Lo que si es cierto, es que cumplió su misión a la perfección y ello lo atestiguan varios escudos localizados en los pueblos de Boñar, Valdecastillo, La Cándana, Cerecedo de Boñar, y el propio Arintero, con la siguiente inscripción:

 

 


 

 

 



«Si quieres saber quién es/ este valiente guerrero/ quitad las armas y veréis/ ser la Dama de Arintero».

 

 

Conoced los de Arintero

 

vuestra Dama tan hermosa

 

pues que como caballero

 

con su Rey fue valerosa. 


 

 

 

Un personaje de leyenda, que el escritor y médico leonés, Antonio Martínez Llamas, en su novela La dama de Arintero,  presentó pruebas incuestionables de que la heroína leonesa existió en realidad. Un cuadro y un pergamino adosado al dorso, fechados en el siglo XVII, dan fe de que Juana García, la dama de Arintero, combatió disfrazada de hombre junto a las tropas leales a Isabel la Católica.

 

 

Su biografía era demasiado espectacular como para ser ficticia.

 



Como dice don Maximiliano G. Flórez en su libro «La Montaña de los Argüellos»- «hay un hecho cierto e indiscutible. En Arintero existieron esos privilegios desde tiempo inmemorial, hasta los años de nuestros abuelos».

 


Mariana Pineda


Eugenia de Montijo


Urraca I de Leon


Isabel Barreto . La primera mujer Almirante


Rafaela Herrera

RAFAELA HERRERA: "UNA JOVEN MUJER QUE DERROTÓ LA OFENSIVA INGLESA QUE SE PROLONGO' DURANTE 5 DIAS.


Durante cierta noche de julio de 1762 tuvo un suceso admirable: una joven mujer derrotó una ofensiva inglesa. Esta historia transcurrió en el fuerte El Castillo de la Inmaculada Concepción de María, un punto clave que defiende la ciudad colonial de Granada en la actual Nicaragua, estratégico por constituirse en la salida al Océano Pacífico. Aquella muchacha de nombre Rafaela Herrera, había nacido en Colombia mucho antes de llamarse Colombia, en una época cuando la diferencia de hoy, las mujeres no hay muchas oportunidades de protagonismo.


El nombre de Rafaela Herrera en Nicaragua es símbolo de valentía y audacia femenina, de hecho se le considera un referente nacional. Su historia es digna de ser conocida. El 29 de julio de 1762 se libra una desigual lucha, entre una fuerza de filibusteros ingleses, con más de cincuenta barcos y dos mil hombres enviados desde Jamaica, contra un fuerte ubicado en el río San Juan, defendido por unos cuantos hombres al mando del capitán José Herrera y Sotomayor, quien durante el cerco de los británicos fallece, dejando en la orfandad no sólo a sus hijos, sino a sus subalternos. En ese momento, la figura de Rafaela, una muchacha de apenas diecinueve años, alcanza su grandeza, superando la pérdida de su padre, toma el mando del fuerte, abofetea a un soldado quien demuestra temor, arrebata el cañón que manipulaba un teniente, dispara y logra no solo infringir tumbas bajas al enemigo, sino infundir valor a la tropa que ya la respeta como comandante.

El cerco sin embargo se mantiene, los ingleses envían a un mensajero con un ultimátum, respetan la vida de quienes se entreguen. Sin embargo, Rafaela pronuncia una frase clave: "Que los cobardes se rindan y que los valientes se queden a morir conmigo". Nadie se entrega, la batalla prosigue y los castellanos siguen disparando a los barcos invasores, diezmando la flota filibustera, Rafaela ordena enviar sábanas empapadas en alcohol sobre ramas flotantes, creando una barrera de fuego, esta inesperada acción unida a las bajas en la tropa inglesa , deciden finalmente su retirada. Se dice que en la expedición británica se encuentra un joven marino llamado Horacio Nelson, quien años más tarde, siendo Almirante derrotó a Napoleón en Trafalgar, su victoria y tumba marítima.

El dato importante para Colombia, es que Rafaela Herrera nació en Cartagena de Indias un 6 de agosto de 1742. Su experiencia en el mundo de la defensa tras las murales las había adquirido en aquella ciudad, de la mano de su padre, oficial experto en el manejo de fuertes. Rafaela era hija natural, pues era fruto de la unión fugaz del castellano Herrera con una bella mulata que murió luego del parto.

Por ello, Rafaela creció en medio del fragmento de las batallas y con el estigma de su origen, pecaminoso para ciertos ojos de aquella Cartagena inquisidora. Once años más tarde viajó a la ciudad nicaragüense de Granada, pues su padre había sido trasladado por las autoridades españolas para hacerse cargo del Fuerte del Castillo. Luego de su gesta heroica, la leyenda relata que a Rafaela se le otorgó una modesta pensión y murió pobre criando cerdos.

Cartagena de Indias, La Heroica, puede sumar a la galería de bravos valientes a esta joven llamada Rafaela, ojalá su ciudad natal alguna vez le haga el honor que se merece, reconociéndola como hija ilustre. No es extraño que alguien nacido en el territorio de la actual Colombia, se destacara de tal forma lejos de su puerto de nacimiento, esa pareciera que es característica de los colombianos, empeñados en demostrar la validez del refrán sobre los profetas en tierra ajena. Rafaela Herrera, la heroína desconocida.


Jimena Blázquez

Así evitó una heroica española que un gigantesco ejército moro arrasase la inexpugnable Ávila

Se trata de la defensora de Ávila, de esa población que en el siglo XII, comenzando con gloria y pujanza, se vio tan falta de hombres que nombró, dice la historia, a una Jimena Blázquez por gobernadora; y ella fue tal, que si bien la ciudad fue sola, y los moros que sobre ella cargaron muchos y ciertos de que la ganarían, la defendía con tesón. Andaba como un capitán esta señora, por las calles animando a los pocos que en ellas había, dando armas a unos, bastimento a otros, diciéndoles buenas razones, visítando los muros, y tales diligencias hizo, tal fue su comportamiento, que mereció el nombre de famosa matrona.

 

La peste, el hambre, la ausencia de sus caballeros peleando en varias partes, y la muerte y enfermedad de otros, tenía a Ávila en apuro extremo.

 

Los enemigos lo sabían; y el 2 de julio de 1109 échase sobre ella el moro Abdalá Alahazen. Esperóle Jimena sin pavor: teniendo aviso de cómo estaban cerca, no mudó el color ni mostró turbación

 

Salió a la plaza, tomó las llaves de las puertas, juntó los más valientes, hizo hogueras por las calles del pueblo, dirigirles una plática propia de un César recomendándoles que no desmayasen, y prometiéndoles que antes que los moros se avecindasen a los muros tendrían socorro de Segovia y de Arévalo. Y no descansó en toda aquella noche visitando las puertas, porque nadie huyese, reconociendo los muros y animando a todos.

 

El 3 de julio llegó el enemigo a vista de la ciudad, y se puso a dos millas de distancia, a la parte del Mediodía, para atajar el socorro que pudiera ir a la población.

 

En esta noche mandó Jimena que un caballero con veinte caballos saliese a reconocer el campo del enemigo, y que prendiese algún espía, o lo matase, y que le tendría el postigo abierto para cuando volviese. Mandó además que ocho trompetas saliesen de la ciudad, y que cuatro se pusiesen en un collado, que está de la otra banda de Adaja, al poniente, y que todos tocasen fuertemente, porque los moros pensasen que había mucha gente de a caballo en guarda de la ciudad; que ni aun estos caballos había por falta de cebada.

 

Hízose como Jimena lo ordenó, y salió muy bien, porque los veinte caballeros hallaron a los moros dormidos, y prendieron y mataron algunos, y los pusieron en alboroto; e hiciéronles creer las trompetas que fuera de la ciudad había mucha de a caballo. —26— Introducida así la alarma, pasaron toda la noche en azoramiento.

 

Jimena, en el ínterin, visitaba a caballo los muros, daba de comer a las centinelas, y animaba a todos.

 

Al volver a su casa llamó a sus hijas Jimena, Sancha y Urraca, y a dos nueras, Gomética y Sancha; hizo traer los vestidos y armas de su marido, que fue un excelente caballero poblador de Ávila, llamado Fernán López, vistióselos, y se armó de peto y espalda: se puso en la cabeza una celada, o sombrero de hierro, que entonces se usaba, y tomó un venablo en la mano con el mismo brío que un soldado viejo. Armada ya y vestida, dijo a sus nueras e hijas: “Hijas mías muy amadas, conviene que todas hagáis lo mismo que me habéis visto hacer, pues veis que los moros se nos acercan, y conviene que defendamos nuestra ciudad, vidas y honras”.

 

Todas lo hicieron así, y cuantas criadas tenían salieron juntas, como si fueran hombres, y fueron al coro de San Juan, donde hallaron muchos hombres y mujeres llorando ya su perdición. Los habló Jimena, y por lo que les dijo, y al verla con tal apostura con sus hijas y criadas, cobraron tal ánimo, que todas las mujeres se fueron a sus casas, y las que pudieron se armaron, las que no hallaron armas se vistieron de hombres, y con lanzones en las manos se juntaron con Jimena, y ella las puso en orden sobre los muros con ballestas y piedras, y echando fuera abrojos; haciendo toda esta demostración a la parte donde los moros estaban. Pésoles esto en cuidado, y entendieron que había en la ciudad más defensa de la que pensaban, pues creían que las mujeres eran hombres.

 

Por esto volvió descontento Abdalá cuando con otros tres reconoció los muros, y consultó con los suyos lo que había visto, diciéndoles que le habían traído engañado con que en Ávila no había gente ni defensa, y que bailaba que la noche antes los habían acometido en su real, y que habían entrado en la ciudad muchas tropas de caballos, y aun fuera de ella, a la parte de poniente, habían sentido otros: que él no traía ingenios para combatir la ciudad; que era fuerte y con muy buena gente en su defensa; que tampoco tenían bastimentos para sustentarse; que tendría socorro a Ávila y podrían entonces ser vencidos, así que, lo mejor sería emprender por la noche la retirada. Pareció a todos bien el consejo, y después de pasar el día en dar algunas arremetidas y muestras de querer acometer a la ciudad, se retiraron de noche, a cencerros tapados, como dice la historia.

 

Descubierta a la mañana siguiente la retirada de los moros, Jimena Blázquez y sus hijas con las demás mujeres, fueron a la iglesia de los Mártires y a San Salvador, y dieron gracias a Dios por la victoria que les había dado sin pelear.

 

Esto es lo que la historia nos ha trasmitido de esta heroína de la edad media, comparable con las mujeres más ilustres de la antigüedad, y cuyos hechos serán leídos con justo orgullo.