Antecedentes
España es en el siglo XVI una potencia dominante en Europa, el Mediterráneo y el Nuevo Mundo con numerosos frentes abiertos; una guerra casi perpetua con Francia por el dominio de la península
italiana y Europa Central, la ruptura religiosa del protestantismo respecto a la doctrina católica, el empuje del Imperio Otomano desde Oriente, la piratería berberisca realizada por musulmanes
de África del Norte y la creciente pujanza de Inglaterra luchando por nuevos territorios y por el comercio con el Nuevo Mundo.
En 1559, y tras la batalla de Gravelinas y San Quintín ganadas por los españoles a los franceses, España y Francia firman la Paz de Cateau-Cambrésis, paz que se selló con el matrimonio de
Felipe II de España con la hija del rey de Francia Isabel de Valois, permitiendo un tratado que estuvo activo durante un siglo y que fue determinante para consolidar la hegemonía
española.
En 1571, la coalición católica formada por España, los Estados Pontificios, la República de Venecia y de Génova, La Orden de Malta y el Ducado de Saboya habían logrado una batalla decisiva en las
costas griegas de Lepanto. Victoria que evitó el avance de el Imperio Otomano de los turcos cuyo propósito era dominar todo el Mediterráneo y aplacó, al menos momentáneamente, la piratería
berberisca.
Mientras tanto,
Isabel I de Inglaterra ha abandonado su ambigüedad inicial respecto a las posesiones españolas en los Países bajos y en 1585 firma un pacto por el que se compromete a ayudarles a
conseguir su independencia a cambio de instalar guarniciones inglesas en su suelo, algo que, por supuesto, a España le resultaba intolerable.
Por si fuera poco, las correrías de los piratas ingleses asediando con sus incursiones las plazas y navíos españoles llegaba su punto culminante. Sus continuos ataques a la flota del tesoro
proveniente de América ya no son suficientes; el corsario Francis Drake se permite asaltar Cádiz en 1587 y destruir unas 20 naves españolas. El expolio inglés durante estos momentos se puede
cifrar en alrededor de 1.500.000 ducados (lo suficiente como para pagar una campaña de guerra de dimensiones mayores que las de Lepanto).
También en 1587 la prima católica de la reina Isabel I, María Estuardo, reina de Escocia, fue acusada de conspirar contra Isabel de intentar usurparla del trono e incitar a los
católicos del norte a la sublevación. Esta acusación la llevó al cadalso y María Estuardo fue decapitada, algo que removió la conciencia de los católicos de toda Europa y, en especial, de Felipe
II.
El plan de la GRAN Armada
Ya desde inicios de 1586, Felipe II ha encargado a su Almirante
D. Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, la elaboración de un plan para la llamada “empresa de Inglaterra” y que rondaba por su cabeza desde hacía años pero que se procrastinaba por
diversos motivos.
El plan realizado por D. Álvaro es un plan de proporciones bíblicas con más de 700 naves de todos los tamaños y unos 100.000 hombres, siendo más de la mitad del cuerpo de infantería. ¿El coste
aproximado? Casi 4.000.000 de ducados, siendo 2 millones la cantidad a aportar por España y el resto por los reinos de Nápoles y Sicilia y el Ducado de Milán.
Felipe II optó, sin embargo, por un nuevo plan en cuya realización intervinieron, además de Álvaro de Bazán, Alejandro Farnesio, Zúñiga, Juan del Águila…y cuyas discusiones, fluctuaciones y
demora en el tiempo mermaron cualquier capacidad de atacar por sorpresa a Inglaterra. Ya en abril de 1586, Alejandro Farnesio advertía que todo el mundo estaba al tanto de las intenciones
españolas.
Por fin, según el plan definitivo, el asalto a Inglaterra sería llevado a cabo por los tercios viejos afincados en Flandes de
Alejandro Farnesio, duque de Parma, sobrino suyo y que contaba sus campañas militares por victorias.
Así pues, D. Álvaro de Bazán únicamente se dirigiría con una flota desde Lisboa (Portugal era de soberanía española desde 1580) hasta los Países Bajos, siendo esta flota un instrumento de apoyo,
transporte y capacidad defensiva capaz de ayudar a trasladar a los tercios de manera segura en el trecho de los escasos kilómetros que separan las costas de Flandes de Inglaterra.
España, que había salido perjudicada de la guerra de Sucesión, trataba de mantener su monopolio comercial con América. Gran Bretaña, que había conseguido tras esa guerra el llamado Navío de
Permiso y el Asiento de Negros, trata por todos los medios, legales e ilegales hacerse con un trozo del pastel. Sabiendo que España no iba a prorrogar la concesión por 30 años del Navío de
Permiso, los británicos, sobre todo la clase dirigente y mercantil, veían con buenos ojos y hasta alentaban una guerra para desposeer a España por la fuerza lo que no habían conseguido con la
diplomacia
El Navío de Permiso era un buque mercante británico de 500 toneladas (de mercancías) encargado de hacer negocio cada vez que se realizaba la feria de comercio con las Flotas de Nueva España en
Méjico y los Galeones de Tierra Firme. Estos navíos tenían permiso para vender sus mercancías cada año. Los beneficios fueron tan grandes que vieron un gran negocio en aumentar las ganancias de
forma ilegal. Cuando a los navíos británicos se les acababa las mercancías eran repuestas por la noche desde pequeñas embarcaciones, aumentando así el negocio y los beneficios. Estos buques
fueron conocidos como “barco de las Donaires”, pues al contrario que el mito no se vaciaban nunca. Las naves negreras aprovechaban las visitas a puerto para introducir mercancías. Cualquier nave
con pretexto de averías o riesgo de naufragio entraba en puerto español y clandestinamente comerciaban productos a precios más baratos. El negocio era tan lucrativo, que muchos jamaicanos
hicieron del negocio ilegal su forma de vida. Como resultado, el comercio español se redujo a la mitad. Los españoles tenían el derecho de visita de los buques mercantes británicos, confiscando
las mercancías fuera de registro, es decir, sin declarar y por tanto ilegales, motivo de discordias continuas, sobre todo al aumentar el contrabando. En enero de 1739 estuvo a punto de firmarse
la Convención de El Pardo, un acuerdo donde se resolvía la cuestión de las presas hechas por los guardacostas españoles, las cuentas que no cuadraban de la Compañía del Mar del Sur británica, los
litigios fronterizos en Florida y otros problemas. España estaba dispuesta a ceder en varios aspectos del litigio, uno de ellos fue el pagar indemnizaciones por la captura de buques
contrabandistas. Cuando el ministro Walpole presentó el convenio al parlamento para ratificarlo, la Cámara de los Comunes lo rechazó. Sin duda, los intereses y la avaricia de muchos, llevó a la
guerra a las dos naciones. Walpole, que no deseaba la guerra, tuvo que ceder ante las presiones y hacer suya la frase ¡el mar de las Indias, libre para Inglaterra o la guerra
Por qué Walpole y otros partidarios de la paz cedieron ante los belicistas es fácil de comprender ante el estado de tensión al que se había
llegado. El punto álgido se alcanzó en esa reunió de la Cámara de los Comunes un 8 de marzo de 1739, día elegido por Walpole para presentar el Convenio de El Pardo y pedir su ratificación.
En los momentos de mayor acaloramiento, uno de los partidarios de la guerra dijo que presentaría pruebas de la barbarie española y apareció en la sala un capitán escocés llamado Jenkins con una
caja en las manos. En ella estaba su oreja cortada, relató lo que le había sucedido y la indignación y gritos contra España y a favor de la guerra era ya imparable. ¿Quien era Jenkins, y que le
había ocurrido?. El capitán escocés Robert Jenkins mandaba una fragata mercante británica llamada Rebeca. Llevaba productos para comerciar con los permisos en regla. Navegando por la Florida es detenido por el guardacostas español Ia Isabela, al mando del capitán Julio León Fandiño, que tenía la obligación de
comprobar si las mercancías que llevaban estaban registradas en los libros. Registrando la bodega del barco encontró gran cantidad de mercancía de contrabando. Como escarmiento, Fandiño cortó la
oreja del contrabandista y le dijo. “Ve y dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve”. Si esta frase se dijo o no, es lo de menos, lo cierto es que en la Cámara
de los Comunes se tomó como una afrenta a su rey y era merecedora de una declaración de guerra, aunque ya sabemos que este hecho se tomó como una excusa.
Siendo el objetivo de esta guerra el control del comercio de América, la contienda sería principalmente en el mar. España sólo contaba con 31
navíos, más otras 9 fragatas de dos puentes y armadas con unos 50 cañones, mientras el número de fragatas era muy pequeño. Gran parte de los navíos españoles no eran verdaderos navíos de línea
capaces de enfrentarse a una escuadra, sino que eran buques aptos para la escolta con cañones de pequeño calibre. Esta situación se había tratado de subsanar en las décadas anteriores, pero lo
cierto es que sólo se contaba con un navío de tres puentes y 114 cañones, dos de 80, seis de 70 y doce de 64 cañones. Por el contrario, la británica disponía de más de cien navíos de línea,
quince de ellos armados con 90 a 100 cañones, dieciséis de 80, diecisiete de 70, quince de 64, once de 60, veintinueve de 48 a 54, unas cuarenta fragatas y numerosas unidades menores, siendo sus
calibres superiores a los embarcados en los españoles. Con un simple vistazo a estos números se puede pensar que los españoles no tenían ninguna oportunidad en ganar la guerra. Siendo Gran
Bretaña la dueña de los mares, las plazas en América caerían como piezas de dominó.
A este panorama tan negro hay que añadir que España se encontró sola en esta guerra. Francia, por el Primer Pacto de Familia, firmado el 7 de
noviembre de 1734, estaba obligada a prestar apoyo militar, pero durante los años anteriores a la guerra hizo de mediadora para evitar el conflicto armado. Para entrar en guerra, Francia exigió
contrapartidas comerciales. Cuando Gran Bretaña declaró la guerra el 23 de octubre de 1739 no se había llegado a un acuerdo entre los dos aliados. Francia estaba indecisa, pues tampoco podía
permitir que los británicos se hicieran con todo el comercio americano.
Todos sabemos como acabó esta guerra. Excepto algunos éxitos, la poderosa Royal Navy no consiguió doblegar a los españoles en América. Algunos
preferirán seguir creyendo que España era inferior en todos los aspectos, que en el siglo XVIII perdió todas las guerras, que el fracaso británico en Cartagena de Indias en 1741 no tuvo la menor
importancia. Por lo menos no pueden negar que Vernon fue derrotado, pero siguen sin admitir el verdadero alcance del desastre británico (2).
Seguirán creyendo que el objetivo de los británicos era liberar América del yugo español (3).
Simplemente con exponer los hechos tal y como ocurrieron se podrá comprobar que España, su Armada y sus hombres no merecen que sean recordados como los grandes perdedores, mirando a nuestra
historia con otros ojos, sin complejos de ningún tipo. Los anales de esta guerra no se reducen a Cartagena de Indias y Portobelo, hubo muchos más combates y, en la mayoría de ellos, la poderosa
maquinaria militar británica fue derrotada, por eso expongo los hechos más importantes que se desarrollaron en el Caribe.
Nació en Pasajes de san Juan, en el año de 1687 y murió en Cartagena de Indias el 7 de septiembre de 1741.
Se educó en un colegio de Francia y salió de él en 1701, para embarcar en la escuadra francesa, como guardiamarina. Luis XIV había ordenado que hubiese el mayor intercambio posible, de
oficiales, entre los ejércitos y las escuadras de España y Francia, así como que también fueran comunes las recompensas.
De este modo vemos al joven Lezo, a la temprana edad de 17 años, embarcado de guardiamarina en el año 1704, en la escuadra del conde de Toulouse, gran almirante de Francia, con ocasión en
que cruzaba frente a Vélez-Málaga y reñía un combate contra otra anglo-holandesa. La escuadra francesa había salido de Tolón y en Málaga se habían unido algunas galeras españolas mandadas por el
conde de Fuencalada, única fuerza disponible. Se componía pues la escuadra franco-española de 51 navíos de línea, 6 fragatas, 8 brulotes y 12 galeras, sumando un total de 3.577 cañones y 24.277
hombres. La escuadra anglo-holandesa al mando del almirante Rooke estaba compuesta por 53 navíos de línea, 6 fragatas, pataches y brulotes, con un total de 3.614 cañones y 22.543 hombres. Fue tan
empeñada la lucha que los de uno y otro bando quedaron muy maltratados, atribuyéndose ambos la victoria. No hubo navíos rendidos ni echados a pique, pero sí muchos daños en cascos y aparejos.
Tuvo la escuadra franco-española 3.048 bajas, entre ellos dos almirantes muertos y tres heridos, uno de éstos el general en jefe conde de Toulouse. Las de los anglo-holandeses fueron de 2.719
bajas, de ellos dos altos jefes muertos y cinco heridos.
Afortunadamente para los anglo-holandeses, no volvió a trabarse la batalla, pues estaban muy escasos de municiones. Distinguióse en la acción Lezo, por su intrepidez y serenidad; la tuvo
en tal grado que habiéndosele llevado la pierna izquierda una bala de cañón, siguió con gran estoicismo en su puesto de combate, mereciendo el elogio del gran almirante francés. Por su
comportamiento, fue ascendido a alférez de navío.
Siguió su servicio a bordo de diferentes buques, tomando parte en las operaciones que tuvieron lugar para socorrer las plazas de Peñíscola y Palermo, en el ataque al navío inglés Resolution de 70 cañones, que
terminó con la quema de éste, así como en el apresamiento de dos navíos enemigos, que fueron conducidos a Pasajes y Bayona.
Ascendido a teniente de navío fue destinado a Tolón y allí combatió en el ataque que a dicha plaza y puerto dio el duque de Saboya, en 1707. Lezo se batió con su acostumbrado denuedo en
la defensa del castillo de Santa Catalina perdiendo en esta ocasión el ojo izquierdo.
Con ocasión de los aprovisionamientos al ejército con que Felipe V cercaba por tierra a Barcelona, se dio a Lezo el mando de alguno de los convoyes de municiones y pertrechos de guerra
que se le enviaban desde Francia. Burló la vigilancia de los barcos anglo-holandeses, que apoyaban por mar al archiduque Carlos. En cierta ocasión, cercado por todos los lados, tuvo que recurrir
para pasar, al heroico medio de pegar fuego a parte de sus buques, para penetrar a través del incendio abriéndose paso, al propio tiempo a cañonazos.
A los seis años de servicio (se refiere a que entró como guardiamarina embarcado en el año 4, aunque desde el 1 fuera guardiamarina en estado de estudiante, no embarcándose hasta el
referido año, de ahí el referirse sólo a seis años), y 23 de edad, fue ascendido a capitán de fragata y mandando una (cuyo nombre desconocemos), en la escuadra de Andrés del Pez, llegó a hacer
once presas, la menor de 20 cañones, y una de ellas la del navío Stanhope, recibiendo nuevas heridas en éste combate.
Ascendió a capitán de navío en 1712, y al año siguiente tomó parte en las operaciones del segundo ataque a Barcelona, cercada por tierra por el duque de Berwick, teniendo varios
encuentros con el enemigo, en uno de los cuales recibió otra herida que le dejó inútil del brazo derecho.
En 1714, también en la escuadra de Andrés del Pez, pasó a Génova para traer a España a la reina doña Isabel de Farnesio; pero, al resolver venir por tierra la reina, regresó la escuadra y
se preparó para la expedición de recobro de Mallorca, que tuvo lugar al siguiente año de 1715, tomando parte en ella el buque de Lezo y seis navíos más, con diez fragatas, dos saetías, seis
galeras y dos galeotas; todas estas fuerzas al mando del gobernador general de la Armada Pedro Gutiérrez de los Ríos, conde de Fernán Núñez. Apenas desembarcaron los diez mil hombres, que llevaba
la escuadra en los transportes, los mallorquines se sometieron a Felipe V.
En 1716, mandando el navío Lanfranco, se incorporó éste a la escuadra del general Chacón, destinada a recoger la plata y a auxiliar a los galeones
perdidos en el canal de Bahama. Poco después, se agregó a dicho navío una escuadra destinada a los mares del Sur, a cargo de los generales Bartolomé de Urdinzu y Juan Nicolás Martínez. Con el
Lanfranco iban el Conquistador, Triunfante y la Peregrina. Tenían como objetivo la limpieza de corsarios, piratas y de buques extranjeros que, haciendo un comercio ilícito, perjudicaba grandemente a la hacienda
española.
Después de siete años en este servicio, recayó, al fin en Lezo el mando de esas fuerzas navales del mar del Sur, el 16 de febrero de 1723, capturando seis navíos de guerra, por un valor,
sólo de su carga, de 3.000.000 de pesos; tres de ellos se agregaron a la Armada Real. Durante este periodo realiza numerosas salidas en las que sostiene combates, limpiando las aguas de Chile y
Perú, de corsarios enemigos. Permaneció en los mares del Sur hasta el año 1730, en que fue llamado a España por orden del Rey.
La corte estaba en Sevilla y allí se dirigió Lezo para informarle de todas las vicisitudes de su último mando. Obtuvo la aprobación real y, como recompensa a sus valiosos servicios, fue
promovido a jefe de escuadra.
Permaneció en el departamento de Cádiz hasta el 3 de noviembre de 1731, en que embarcó en una escuadra de 18 navíos, cinco fragatas y dos avisos, al mando del marqués de Mari, destinada
al Mediterráneo, para asistir al infante don Carlos en las dificultades que pudieran surgirle en su toma de posesión de los estados de Italia, a la muerte del duque de Parma, Antonio Farnesio
sucedida el 20 de enero de 1731. Existen cartas firmadas por el conde de Santi-Esteban, en que por orden de S. A. Real, se expresa satisfacción que causaron los buenos servicios del general
Lezo.
Habiendo surgido ciertas diferencias con la república de Génova, España estaba resentida por la conducta observada por aquel estado y no de acuerdo con sus procedimientos, el general
Lezo, por orden superior, se personó en aquel puerto con seis navíos y exigió como satisfacción, que se hiciesen honores extraordinarios a la bandera real de España y que se restituyeses
inmediatamente la plata que se retenía. Mostrando el reloj a los comisionados de la ciudad, que buscaban el modo de eludir la cuestión, fijó un plazo, Transcurrido el cual la escuadra rompería el
fuego contra la ciudad.
Ante esta decidida actitud se hizo el saludo pedido y se transportaron a bordo los dos millones de pesos fuertes, pertenecientes a España, que tenía guardados el banco de San Jorge. De
tal cantidad se envió, por orden del Rey, medio millón para el infante don Carlos y el resto fue remitido a Alicante, para sufragar los gastos de la expedición que se alistaba para la conquista
de Orán.
En esta jornada arbolaba su insignia, el general Lezo, en el navío Santiago, ejerciendo las funciones de segundo jefe de la escuadra, mandada por
teniente general Francisco Cornejo. Estaba compuesta de doce navíos, dos bombardas, siete galeras de España, dos galeotas de Ibiza y cuatro bergantines guardacostas de Valencia.
El 15 de junio salió la expedición de Alicante para Orán, llegando el 28 ante la plaza; la escuadra escoltaba a una expedición de tropas mandadas por el conde de Montemar, eran veintiséis
mil hombres, llevados en 535 buques de transporte, se verificó el desembarco en la cala de Mazalquivir, protegido por el fuego de los buques; José Navarro, entonces capitán de navío, comandante
del Castilla, mandaba las embarcaciones menores (como más antiguo capitán); se atacó a Mazalquivir y cuando lo vieron tomado los defensores de Orán,
abandonaron la plaza rodeada de murallas y guardada por cinco castillos; una vez ocupada Orán y convenientemente guarnecida, Lezo regresó a Alicante escoltando 120 embarcaciones de
transporte.
Terminadas las operaciones sobre la costa africana, se dirigió la escuadra a Cádiz, donde entró el 2 de septiembre de 1732.
Las potencias berberiscas alarmadas con la toma de la plaza de Orán, se coaligaron para reconquistarla, atacándola por tierra y bloqueándola por mar; con este motivo salió Lezo, con los
dos navíos que en Cádiz estaban preparados, el Princesa y el Real Familia, a los que se reunieron otros cinco;
levantó el bloqueo y metió en la plaza los necesarios socorros, dedicándose después a dispersar a las fuerzas navales enemigas.
Determinó aniquilar a la capitana de Argel, un buque de 60 cañones; lo encontró y empezó a batirlo, pero los argelinos huyeron con fuerza de vela, perseguidos por Lezo, refugiándose en la
ensenada de Mostagán, defendida por dos castillos a la entrada y por una fuerza de cuatro mil hombres, que acudió de las montañas vecinas al darse la alarma.
Entró Lezo tras el navío, a pesar de los disparos de los castillos y de los que se le hacían de todas partes y echando al agua lanchas armadas, prendió fuego a la tan bien protegida
capitana de Argel.
Esta acción de la mayor intrepidez, que no podían esperar los argelinos, les alarmó de tal modo que les hizo pedir socorro a la Sublime Puerta (Constantinopla).
El general Lezo al saberlo, tras reparar ligeramente sus buques, en Alicante, pasó a cruzar desde Galita hasta el cabo Negro y Túnez, a la espera del socorro solicitado, para
batirlo.
Permaneció en el mar cincuenta días, hasta que una epidemia infecciosa, ocasionada por la corrupción de los alimentos, le obligó a regresar a España, tocando antes en Cerdeña para hacer
nuevos víveres, en la cantidad necesaria para poder llegar a Cádiz.
Tuvo no obstante, que entrar en Málaga donde dejó gran número de enfermos, entre ellos el guardiamarina Jorge Juan, que con tan buen maestro como era Lezo hacía sus primeras
armas.
También llegó Lezo enfermo de gravedad a Cádiz.
El Rey le manifestó su aprecio y como recompensa a los distinguidos servicios prestados le promovió a teniente general el día 6 de junio de 1734.
Desempeñó la comandancia general del departamento de Cádiz; al año siguiente (1735) fue llamado a la corte y, en ella permaneció muy poco tiempo pues él mismo decía "que tan maltrecho cuerpo no era una buena figura para permanecer entre tanto lujo y que su lugar era la cubierta de un buque de guerra; pidió el consiguiente permiso al
Rey y éste se lo concedió" ya de regreso en el Puerto de Santa María, el 23 de julio de 1736, fue nombrado comandante general de una flota de ocho galeones y dos registros, que escoltados
por los navíos Conquistador y Fuerte habían de despacharse para Tierra Firme.
Salió con su flota el 3 de febrero de 1737, llegando a Cartagena de Indias el 11 de marzo, quedando de comandante general de aquel apostadero, tan importante para la defensa del mar de
las Antillas.
Resumen de la Batalla de Cartagena de Indias
Del 13 de marzo al 20 de mayo de 1741, tuvo lugar La batalla de Cartagena de Indias, entre las armadas española e inglesa. Esta batalla fue
decisiva para el desenlace final de la Guerra de la Oreja de Jenkins (1739–1748), uno de los conflictos armados entre el España y Gran Bretaña ocurridos durante el siglo
XVIII.
Esta nueva Armada Invencible de 195 navíos, era mayor que la de Felipe II, y la segunda más grande de
todos los tiempos, después de la armada aliada que desembarcó en Normandía en la II guerra Mundial . El ejército inglés, comandado por el almirante
Edward Vernon, trató de invadir Cartagena de Indias con 32.000 soldados y 3.000 piezas
de artillería. Cartagena estaba defendida por 3.600 soldados y 6 navíos
españoles. Inglaterra estaba tan segura de su victoria que el rey inglés mandó acuñar monedas celebrando su triunfo, en las que se leía "la
arrogancia española humillada por el almirante Vernon y los héroes británicos tomaron Cartagena, abril 1, 1741 " ..... jajajaj !! ... en ellas aparecía Blas de Lezo representado de rodillas
entregando su espada al almirante Vernon, eso sí, un Lezo muy completito con todas sus piernas, brazos y posiblemente ojos ... increíble ¿no?
La victoria de las fuerzas españolas, al mando del teniente general de la Armada Blas de Lezo, prolongó la supremacía militar española en el Atlántico
occidental hasta el siglo XIX.