Juan Garrido, el negro africano que participó en la conquista de México y fue nombrado Dios por los aztecas
Un negro
portando armas y al servicio de la expansión territorial de la corona española. ¿En pleno siglo XVI? Sí, por sorprendente que pueda parecer, Juan
Garrido, también conocido como Juan
el Guapo, viajó por medio mundo junto a exploradores y conquistadores como Diego de Velázquez, Ponce de León o el mismísimo Hernán Cortés, con el que participó en
la conquista
de México.
Tomado como un dios por los aztecas, fue portero, vigilante y pregonero
en México y la primera persona en cultivar
trigo en América. ¿Esclavo o príncipe
africano? Hoy os contamos la historia de este personaje de origen desconocido y vida
de leyenda.
El origen de Juan Garrido
Nuestro protagonista nació (no como Juan ni como Garrido, claro ) en 1487 en algún lugar de la costa
occidental africana y viajó a Portugal muy joven. Su situación de liberto es todavía un misterio. El historiador Ricardo Alegría creía de que el padre de Garrido era un rey
tribal que lo envió a la capital lusa para que adquiriese una educación
portuguesa y cristiana y pudiese servir de enlace comercial en el futuro. Otros historiadores opinan que en realidad se trataba de un esclavo
liberto, dada la coincidencia de su apellido con uno de los tripulantes españoles en su primer viaje a América, Pedro Garrido, que podría haber sido su dueño.
Junto a éste, había zarpado desde Sevilla en 1503, uniéndose a una expedición a La
Española, donde pasó seis años. Participó en la conquista
de Cuba al servicio de Diego
de Velázquez y en la de Puerto Rico, además de en el descubrimiento de la Florida junto
a Ponce
de León. En esta última ocasión, sin las fuerzas necesarias para conquistar la península, los expedicionarios volvieron a su base de operaciones. Garrido, que no se
perdía una, llegó a tiempo para participar en la represión del levantamiento de los indios
caribes. En total, el aventurero africano pasó trece años al servicio de de León, explorador y conquistador vallisoletano famoso por su hipotética búsqueda de
la Fuente
de la Eterna Juventud y que moriría herido por una flecha
envenenada en su segundo viaje a la Florida.
En la Conquista de México
Aburrido, el también llamado José
El Guapo recibió interesantes noticias sobre el extremeño Hernán
Cortés, al que conocía de la conquista de Cuba . Este preparaba una expedición en busca de oro que les llevaría a conquistar una ciudad de nombre
impronunciable: Tenochtitlan.
Eran tantas las riquezas que se esperaban conseguir que no se lo pensó demasiado y el 18 de noviembre de 1518, partía embarcado a las órdenes del conquistador
metelinense.
Casi un año después, el 8 de noviembre de 1519, entraban los españoles en la capital del Imperio
Mexica. Los aztecas sin duda quedaron
impresionados ante la visión de Garrido, con su piel negra, con lo que, entre los dioses blancos recién llegados, fue considerado un dios
oscuro, como el local Tezcatlipoca,
dueño de las batallas y temido por que se le relacionaba con las Fuerzas del Mal y la Destrucción.
😊
La Noche Triste
A pesar de la conquista inicial, los dueños de aquel imperio se
levantaron un día en armas contra los hombres barbudos a los que habían confundido como enviados de Quetzacoatl,
la serpiente emplumada. A base de flechas, piedras y afilados
cuchillos de obsidiana causaron una escabechina entre los invasores de tez pálida. Los españoles huyeron de forma caótica bajo una fuerte lluvia en lo que recuerda
como la Noche
Triste, entre el 30 junio el 1 de julio de 1520. Según leemos en Ecce
Christianus, Garrido logró salvar la vida mientras muchos de sus compañeros la perdían.
Tras el contraataque y la caída definitiva de la metrópolis
azteca, nuestro protagonista enterró, en tierras que le concedió Hernán Cortés, los cuerpos de algunos
de los españoles muertos, levantando allí una
pequeña capilla de adobe. El conquistador extremeño, con el fin de recordar a los españoles caídos en la batalla, ordenó más tarde construir en el lugar una hermita,
conocida como la
de los Mártires. Hoy se alza sobre ella el Templo de San Hipólito y Casiano.
El primero en plantar trigo
Garrido adquirió algunos indios y esclavos africanos y se convirtió en la
primera persona en cultivar trigo en América. Según leemos en 1493
: una nueva historia del mundo después de Colón(Charles C. Mann), Cortés se encontró tres
granos de trigo en un saco de arroz llegado desde España. Se los entregó a su querido Garrido y le encargó que los plantase. Prosperaron dos de ellos y al poco
tiempo el
negro Juán cultivaba el cereal con éxito y producía harina con él. Y es que muchos españoles desconfiaban del maíz, otros soñaban con beber cerveza y, sobre
todo, la iglesia lo necesitaba para garantizar una correcta
liturgia. Garrido se forró. Tenía 37 años.
En 1525 se le concedió un inmueble en la nueva Ciudad de México, donde trabajó
de portero, pregonero (un puesto en el que también cumplía las funciones
de verdugo, gaitero y responsable del correcto peso del oro y la plata) y de vigilante
del acueducto de Chapultepec, que surtía de agua a la ciudad. Podía haber tenido una vida de lo más tranquila, pero a aquel hombre que había vivido en tres continentes
distintos era culo de mal asiento. En 1528 volvió a las andadas, esta vez al mando de una expedición para explotar las minas
de oro de Zacatula (en el estado actual de Guerrero). Esta vez la suerte no le sonrió y volvió a su hacienda con las manos vacías.
El final de Juan Garrido
Lastrado por las deudas, aceptó en 1533 unirse a una
nueva correría de la mano de Cortés, que le había hablado de una isla llena de oro,
perlas y mujeres zaínas. Pidió un préstamo para costearse la gesta y se acabó pasando dos años vagando por la estéril península de Baja
California. Durante el árido deambular, solo encontraron aldeas míseras y diezmadas por epidemias. Volvió a su hogar en 1535, arruinado. Decidió solicitar una
pensión a la Corona Española.
Casado con Francisca
Ramírez (de la casa del conquistador Rodrigo
Rangel) y con tres hijos, alrededor de 1550, a los 67 años de edad y en la más absoluta pobreza, los ojos del príncipe africano se cerraron para siempre.
Nuestra Señora del Juncal: El “Destino Final” de un barco que no debía zarpar
El Galeón Nuestra Señora del Juncal se hundió en las aguas del Golfo de México en 1631 al poco tiempo de zarpar del puerto de Veracruz con 300 personas a
bordo.
El Galeón Español Nuestra Señora del Juncal, partió de Veracruz en octubre de 1631, demasiado tarde para evitar las tormentas de esos meses en el Caribe
pero fue el momento en que los piratas no estaban rondando la zona (nadie mejor que ello para conocer el mar y saber que esos días tenían que quedarse en puerto), a parte de eso, se sumó
que el capitán de la nave murió pocos días antes de zarpar, lo cual parecía estar pidiéndole a gritos que se quedaran en puerto, pero no hicieron caso a las señales.
Nuestra Señora del Juncal iba a rebosar de cargamento de oro piedras preciosas para financiar a Felipe IV en
su Guerra de Flandes. El entonces virrey de Nueva España el marqués de Cerralbo, al conocer el destino de la escuadra exclamó: «Se ha perdido la flota más rica que hasta ahora ha
salido del Nuevo Mundo».
Según La República, esa matanza se llevó a cabo “en un solo día. La fecha exacta jamás se
conocerá, pero los análisis apuntan al período que existe entre los años 1400 a 1450, es decir, un siglo antes de la conquista española del Tawantinsuyo“. La noticia incluye declaraciones del doctor Gabriel Prieto Burmester, director del
equipo arqueológico que trabaja en las excavaciones de Huanchaco, en Trujillo: “En la zona de Huanchaquito
hemos desenterrado 140 niñas y niños, pero a solo un kilómetro, en Pampa La Cruz, hemos descubierto recientemente 122 cadáveres de niños que también fueron sacrificados. No sabemos si en
el mismo evento”. El Perú precolombino no fue el único sitio en el que se dieron estas monstruosas prácticas. La República también señala que en Méjico, “el arqueólogo Leonardo López Luján descubrió evidencias de un sacrificio masivo de 48 niños”.
El precedente de los macabros hallazgos de Tenochtitlán, en Méjico
Los sacrificios relatados por el diario La República fueron cometidos por la cultura chimú, que habitó las costas septentrionales de lo que es hoy en día Perú. No fue la única cultura
precolombina de América que cometió esas atrocidades. El año pasado fue descubierta una torre de cráneos en Tenochtitlán, Méjico un monstruoso monumento azteca del
que ya dio testimonio Andrés de Tapia, acompañante de Hernán Cortés, en 1521. Un testimonio que muchos consideraron una mentira creada para justificar la lucha de los conquistadores contra
los aztecas. Al final la arqueología demostró que era verdad. Como ya señalé aquí, en una carta fechada en 1524, Fray Juan de Zumarraga, primer Obispo de México, señalaba
que en Tenochtitlán sacrificaban a sus ídolos a más de 20.000 personas cada año y a más de 72.000 en todo el Imperio azteca, entre ellos 20.000
niños. El historiador mexicano Mariano Cuevas (1879-1949) cifró esos sacrificios en 20.000 anuales en Tenochtitlán, y señaló que “nos
quedamos cortos” si ciframos en 100.000 sacrificios anuales los perpetrados en todo el Anáhuac, nombre dado por los aztecas a su imperio.
Torre de calaveras en Tenochtitlán, con los restos de hombres, mujeres y niños víctimas de los sacrificios humanos en el Imperio azteca
La arqueología está desmontando la leyenda negra antiespañola
Desde hace algún tiempo la ultraizquierda de varios países americanos ha extendido una leyenda negra sobre la América española, acusando a España
de cometer un “genocidio”, una acusación falsa que suele ir asociada con ataques al Cristianismo e incluso a la lengua española, que fueron los dos principales elementos civilizadores de
España en el Nuevo Mundo. Por supuesto, la presencia española en ese continente no estuvo exenta de errores y abusos, pero dista mucho de lo que afirma esa leyenda negra. De hecho, si
algo se puede decir de los españoles no es que cometiesen un genocidio, sino que pusieron fin a uno: el que cometían pueblos como los aztecas, los incas, los olmecas, los teotihuacanos, los
toltecas, los totonacas, los mochicas y los muiscas contra sus vecinos e incluso contra sus propios compatriotas, niños incluidos. La arqueología
está demostrando ahora las falsedades de esa leyenda negra, que iba asociada a una leyenda rosa sobre la América precolombina, como si fuese un paraíso de paz, tolerancia y concordia.
Imaginemos por un momento lo que dirían algunos si las evidencias de sacrificios humanos en América señalasen a los españoles y no a las culturas
precolombinas: ahora mismo la extrema izquierda estaría promoviendo una campaña antiespañola mucho más feroz que la actual. La
paradoja es que muchos habitantes de la Hispanoamérica actual son descendientes de españoles, que lejos de crear barreras raciales como las establecidas por los británicos en
Norteamérica, se mezclaron con la población indígena en un ejemplo de mestizaje que no es nada frecuente en la historia humana. De hecho, lejos de tener planteamientos
racistas, España fundó en América 23 universidades abiertas a los indígenas a partir de 1533, cuando se construyó el Colegio de la Santa
Cruz en Tlatelolco, en Nueva España (actual Méjico), que fue la primera institución de educación superior de todo el continente. En Norteamérica, los alumnos no blancos no pudieron acceder a
ninguna universidad hasta bien entrado el siglo XIX. Ya va siendo hora de que nos decidamos a acabar con tanta leyenda negra antiespañola, unos
mitos basados en burdas mentiras y que tienen como fin arrebatar a los habitantes de Hispanoamérica su herencia cultural. Algo tan absurdo como si a los españoles nos quisiesen
arrebatar nuestras raíces latinas.
"El Hispano" el auriga más famoso era Español Gaius Appuleius Diocles ( Hispania
104-Praeneste, 146).
Debutó
como profesional, a los dieciocho años, en su tierra natal, en el circo de Mérida, y acabó convirtiéndose en el ídolo de masas más famoso de la Roma Antigua. El hispano en todo esto
tenían una contribución decisiva los caballos que guiaba. Los mejores decían por todo el imperio que eran los de las remontas de Hispania concretamente los de la Extremadura de
entonces, los caballos con los que creció Diocles.Sus preferidos fueron: Cotino, Gálata, Abigeio, Lúcido, Parato, Epafrodito y Pompeyano. Este último ganó 152 carreras, más 144
desafíos singulares.Tan inusualmente dilatada vida deportiva se debió a su inteligencia. Solía correr en reserva para, viniendo desde atrás y evitando los numerosos peligros de
aquellas carreras, terminar pasando a todos.Poco después de retirarse, murió en su casa de Praeneste (la actual Palestrina, en la costa oeste italiana)Y se le pone una extensa lápida
levantada por sus admiradores en el circo de Nerón en el actual Vaticano
FEBRERO
DE 1590.- CUANDO ENGAÑAMOS A LOS INGLESES CON EL RESCATE DE LOS PRISIONEROS DE LA ARMADA INVENCIBLE.
En enero
de 1590 Pedro de Zubiaur se le requiere por parte de Juan de Idiáquez, secretario de Felipe II como negociador diplomático y se le envía con tres navíos de guerra desde Dunquerque
para traer a España los prisioneros españoles que habían quedado en Inglaterra tras el fracaso de la Gran Armada. El rey no elegia a nadie al azar, sabia muy bien a quien enviaba, de
hecho, no era la primera vez que Zubiaur se presentaba ante la reina y pese a que en las veces anteriores le costó años de cárcel e importantes pérdidas económicas Pedro de Zubiaur
siempre estuvo dispuesto por su rey.
Aun
podría recordar cuando en 1572 y por primera vez se presento ante la reina Elisabeth para reclamar en nombre de Felipe II, los 2.000.000 ducados robados por Drake en el rio Changres,
pero fue inútil, tras darle lar y mas largas se le recomendó como a Bernardino Mendoza que abandonaran Inglaterra. Ambos trabajarían en un futuro en muy estrecha colaboración uno como
espía y el otro como su mentor. Volvió a Londres, esta vez a reclamar lo 1.500.000 de ducados que la reina requiso a uno de sus barcos, que hubo de arribar en Cornualles, huyendo de
los piratas holandeses cuando transportaban dinero para los tercios de Flandes. Esta vez la reina mando a prisión a Zubiaur y la tripulación de ambos barcos, durante un año.
Volvería
a ser detenido en Londres en 1584, cuando se había afianzado en Inglaterra como importador de mercancías, aunque lo que hacía en realizar era espiar para Bernardino Mendoza. Fue
capturado teniendo trazado un plan para apoderarse de los puertos de Flesinga, puerto mas importante de la Provincias Unidas y que hubiera sido clave para una futura invasión de
Inglaterra, pero Alejandro Farnesio dudo del plan y se negó a cederle 300 hombres que necesitaba para ello. La reina le acuso de haber estado involucrado en el asesinato de Guillermo
de Orange. Estuvo cuatro años preso en la Torre de Londres.
Los
prisioneros de la urca-hospital San Pedro el
Mayor, , la también urca San
Salvador y en la galeaza San
Lorenzo, en total 220 hombres, naufragadas durante el combate, y otros 330 del galeón del almirante Pedro Valdés Nuestra Señora del Rosario,que había sido capturado por
el Revenga de Francis Drake en el Canal de la Mancha al haberse quedado inmovilizado por una desgraciada colisión con la
nao Santa Catalina en el transcurso de las operaciones de la Gran Armada. Fue una lamentable captura, puesto que se trataba
de la nao capitana de la Escuadra de Andalucía, uno de los mejores galeones de 1.050 toneladas con más de 300 infantes mandados por los capitanes Vasco de Mendoza y Alonso de Zayas y
por llevar en su interior parte de los recursos destinados a la expedición -50.000 ducados- de los que algo más de la mitad se quedó Drake.
Valdés,
Zayas y Mendoza, serían liberados en marzo 1593, previo pago a Richard Drake (el hermanito) de 3550
libras. Ironías del destino, a Valdés le ayudo para estos menesteres un concejal apellidado Ratcliff, cuyo hijo estaba prisionero en manos de Alejandro Farnesio, cuando años atrás y
colaboraba como sicario para Walsingham, e intento asesinar a D. Juan de Austria en Namur.
Distinta
fue la situación de los demás prisioneros de Nuestra Señora del Rosario, pues cinco españoles fueron enviados a la prisión de
Exón, 226 a la cárcel de Bridewell (Exeter) y 100 se quedaron en el barco capturado y anclado en el puerto de Dormuth transformado en prisión, alimentándose de las vituallas que
todavía quedaban en él.
Enterado
Pedro de Zubiaur, cuya base de operación era el puerto bretón de Blavet, de la penosa situación de aquellos compatriotas que dependían del poderoso armador William Courtenay. Zubiaur
le ofreció el canje de los cautivos por prisioneros ingleses capturados por sus barcos en el Canal de la Mancha.
Para
rescatar a los prisioneros, Pedro de Zubiaur se sirvió de tres filibotes y una urca con el fin de traerlos a España desde el puerto de Dormuth, condado de Kent. Eran éstos 410,
sumados los hechos prisioneros en las naves citadas pero deducidos los 45 “hombres de calidad” (médicos, cirujanos, boticarios etc.) de la urca-hospital San Pedro, que quedaron en Londres y negociaron su rescate de forma individual entre 1589 y 1593, más los 40 extranjeros que fueron puestos en
libertad, los 37 fallecidos a lo largo del cautiverio y otros 18 del San Pedro Mayor que fueron retenidos. Naturalmente los
ingleses se habían apoderado de los 42 excelentes cañones de bronce de Nuestra Señora del Rosario y de los más de 600 kilos
de pólvora para usarlos contra los españoles.
Pero
Zubiaur encontró resistencia en los ingleses a dejarle sacar, junto a los prisioneros canjeados, las veinticinco piezas de artillería de bronce de la galeaza San Lorenzo que se había perdido en Calais, pues consideraban que les pertenecía como cosa adquirida en la guerra. Entonces Zubiaur se
dirigió a la reina pidiendo su amparo en este asunto, y sin esperar respuesta, tomó la decisión de embarcar artillería y prisioneros, pero al salir del puerto le cerraron el paso
cinco galeones ingleses, a los que embistió sin arredrarse y logró evitar, llegando con los 480 prisioneros liberados (los anteriores más otros capturados de los galeones de Indias y
seis fundidores que escondió en sus navíos) y artillería recuperada, llego a La Coruña el 10 de febrero de 1590.
En la
hoja de servicios de Pedro de Zubiaur se califica esta heroicidad como “resolución tan bizarra que solo pudiera prometerse de quien, sin
otro fin que el del servicio y nombre de un Rey, supo en tantas ocasiones aventurar su vida y su hacienda” . El Rey le premió por esta hazaña con el nombramiento de
Cabo de Escuadra de los Filibotes de toda la Armada con 80 escudos de sueldo al mes. Con estos pequeños navíos pudo realizar una encomiable actividad de corso, intendencia y escolta
en el mar Cantábrico y el golfo de Vizcaya.
El Duque de Alba
Pocos dedicaron tanto tiempo al imperio...
Hora tras hora, Día tras día....Para dejar su vida por él.
El Turco, el Moro, las huestes Luteranas o Portugal temblaron al paso del Duque de Alba.
Siempre se dirigía a sus hombres como «Señores soldados...»
Hablamos de Fernando Álvarez de Toledo.
Un 11 de diciembre de 1582 va a morir en Tomar cerca de Lisboa ha trabajado mucho para sus dos reyes, empezó con Carlos V y termino con
Felipe II.
En su lecho de muerte se acerca a el su confesor y le pregunta....
¿ Se arrepiente usted de tanta muerte que dejo por esos pueblos de Flandes ?.....A lo que contesto ; Eran enemigos de mí Dios y de mí Rey y
no me puedo arrepentir de nada..... Y murió
Mart Ramone
-Sancho VII el Fuerte rey de Navarra entre los años 1194 y 1234.
-Se le apodó el Fuerte debido a su enorme estatura y fortaleza.
-Medía entre 2,22 y 2,31 metros de altura.
-En la batalla de las Navas de Tolosa el califa An-Nasir, apodado por los cristianos como «Miramamolín» tenía rodeada sus tienda de la
temible guardia negra y sus cadenas cerraban el perímetro, en el conflicto de la batalla Sancho y sus navarros se presentaron allí, el mismísimo Sancho VII «el Fuerte» de
Navarra rompió con su espada la cadena, arrebatando además del turbante del califa una esmeralda...Hoy día están en el escudo de Navarra.
Acrílico sobre lienzo de 80x60 cm
Breogan do Ferreiro.
El Conde Duque de Olivares, una oportunidad perdida para España
Culto y mecenas de artistas, dramaturgos y eruditos; fue el gran protector de Velázquez en la Corte y de él salió la idea de construir el Palacio del Buen
Retiro
Noviembre de 1576, saqueo de Amberes, la "Furia Española", ilustración del maestro Ferré Clauzel para el libro de José Javier Esparza. En Julio de 1576 el Tercio de
Valdés, que llevaba más de dos años sin cobrar la paga a causa de la segunda bancarrota de la Hacienda Española, se amotina y ocupa la ciudad de Aalst. A raíz de este hecho el Consejo de Estado
de Flandes arresta a los miembros leales a la Corona Española e incita a la población a armarse y expulsar a todos los españoles, apoyados por tropas de los rebeldes holandeses, que en número de
20.000 intentan hacerse con el castillo de Amberes, defendido por el Tercio de Sancho Dávila. Ante estas noticias los amotinados de Aalst (unos 1.600 hombres) acuden prestos a socorrer la
guarnición, ondeando banderas de la Virgen en lugar de las del Rey para no profanarlas tras su motín, uniéndose en el camino algunas otras tropas, y ante la demanda de parar para comer algo
responden que "Venimos con propósito cierto de victoria, y así hemos de cenar en Amberes, o desayunar en los infiernos". Consiguen entrar en el castillo tras cuatro días de marcha, reuniéndose
una fuerza de unos 4.000 hombres y 1.300 caballeros, que deciden realizar una salida pese a que el enemigo multiplicaba su número por cuatro, pero los rebeldes no son rivales para los veteranos
de los Tercios, que a cambio de solo 14 bajas causan más de 2.500. Algunos se refugian en el Ayuntamiento, desde donde hostigan a los españoles con fuego de mosquete, por lo que estos deciden
incendiarlo, momento que refleja la lámina.
......"Prometemos como españoles y juramos como cristianos de morir por ellos, y por lo que a vuestras mercedes, tocare, como amigos por amigos y hermanos por
hermanos, porque españoles pelear tienen por gloria, y vencer por costumbre, pues vamos señores por el amor de Dios a socorrer el castillo de Amberes donde están nuestros amigos y
hermanos"
Carta de los españoles amotinados en Alost a los sitiados en Amberes..
Churruca: el capitán vasco que humilló a seis navíos ingleses en la desastrosa batalla de Trafalgar
El brigadier vasco se negó a abandonar el puente del «San Juan Nepomuceno» a pesar de que una bala de cañón le arrancó parte de la pierna durante la batalla de Trafalgar. Su navío se enfrentó a
seis bajeles ingleses hasta que no tuvo más opción que rendirse
La batalla de Trafalgar , acaecida el 21
de octubre de 1805, supuso la
máxima gloria y el peor infierno para la todavía poderosa armada española (aliada entonces con «La
France» de Napoleón Bonaparte ). Aquel día, los bajeles rojigualdos
demostraron que iban sobrados de naso para enfrentarse a la Pérfida
Albión del intrépido (o
temerario, dependiendo de las fuentes a las que se acuda) Horatio Nelson .
Sin embargo, y a pesar de que los bravos españoles se batieron como leones, poco pudieron hacer ante el poderío de la «Royal
Navy». El resultado fue el
esperado: una derrota que escoció en lo más profundo del corazón a nuestro país.
Según algunos, la culpa fue del almirante de la flota combinada Pierre-Charles-Jean-Baptiste-Silvestre de Villeneuve (con un nombre casi tan
largo como su ineptitud). Otros señalaron con el dedo acusador a las malas condiciones de los navíos de línea de la armada o, incluso, a la controvertida virada por redondo que -según la mayoría de historiadores- descoyuntó la
formación aliada y puso en bandeja de plata la victoria a los Nelsones y Collingwoodes. Con todo, y más allá de a quién haya que colgar el cartel de
culpable, la realidad es que tanto la pésima dirección como la táctica británica provocaron que nuestros marinos se enfrentaran a un número muy superior de enemigos en batalla.
Muchos fueron los navíos españoles que pasaron por este peaje. Desde el «Escorial de los mares» (el mítico « Santísima Trinidad », a las órdenes del brigadier Francisco Javier de Uriarte y Borja), hasta el «Neptuno» de Cayetano Valdés . Pero el más recordado a día de hoy es el «San Juan Nepomuceno», un navío de línea más que velero que el brigadier Cosme Damián Churruca dirigió con valor después, incluso, de que una
bala de cañón le arrancase parte de la pierna en pleno combate. Más castizo que un botijo, este vasco se negó a retirarse de cubierta a pesar de sus heridas y ordenó disparar salva tras salva de
cañón para mantener a raya a los seis buques de la «Royal
Navy» que le cercaban. Así pues, el también científico dejó este mundo saboreando el honor que da morir como un héroe en mitad de una tragedia.
La ciencia y la espada
Cosme Damián Churruca y Elorza sentaba sus reales aquel 21 de
octubre en el «San Juan Nepomuceno» después de haber dedicado una
vida entera, 30 primaveras para ser más concretos, a la ciencia y a la Armada. Nacido en Motrico un 27 de septiembre de 1761, el vasco dejó el camino del sacerdocio tras estudiar en un seminario
y se enroló en la Compañía de Guardias Marinas de El
Ferrol. A partir de entonces pudo demostrar sus dotes como marino en múltiples acciones, algunas tan destacadas como el intento infructuoso de España de recuperar Gibraltar iniciado en 1781 o la no menos destacable expedición a Sudamérica para estudiar el Estrecho de Magallanes en 1788.
«Cuando aún no había cumplido los 21 años, y como alférez de fragata, mostró su valor al mando de un bote de la fragata Santa Bárbara en el desdichado episodio de las baterías flotantes de
Gibraltar, en el asedio de 1782, salvando a los náufragos entre el cañoneo enemigo, la mala mar, los incendios y las explosiones de aquellas malhadadas embarcaciones»,
explican Miguel Perales Garat y Agustín R. Rodríguez
González en su dossier « La artillería naval española, homenaje a Churruca ».
Churruca se convirtió así en uno de los máximos exponentes de los marinos españoles. Hombres duchos tanto en las artes de enviar a los barcos enemigos al fondo de las aguas, como en el estudio de
la cartografía. Así lo corrobora María Dolores González-Ripoll
Navarro en su obra « A las órdenes de las estrellas. La vida del marino Cosme de Churruca y sus
expediciones a América ». Texto en el que afirma que el de Motrico se apartó de los militares «adocenados» para acercarse, cuanto más pudiera, a la figura del «oficial científico» inspirada por el ingeniero Jorge Juan en el siglo XVIII.
No en vano, su instrucción sobre punterías, publicada en 1805, se convirtió en un manual básico para la Armada en los años venideros. «Hasta entonces los numerosos cañones de los barcos se
apuntaban por raso de metales, es decir, enrasando el metal superior del cañón con el objetivo a batir. La puntería por raso de metales provocaba graves errores de precisión, con “grandes pérdidas de municiones y de tiempo malogrado en los combates
navales”», añaden los expertos en su dossier. El vasco logró, incidiendo en que había que huir de la ineptitud, mostrar con sus estudios «un método que mejorara la eficacia artillera, la
precisión y redujera el desperdicio de munición y tiempo de los combates».
Empieza el desastre
Pero el gran reto de Churruca llegó durante los primeros compases del siglo XIX, cuando España andaba (por culpa del valido poco válido Manolito Godoy ) aliada a la Francia de Napoleón Bonaparte. En aquellos días, nuestro vasco fue llamado a combatir en
la contienda naval que cambiaría la historia de España: la batalla de
Trafalgar. Un enfrentamiento que se produjo cuando la armada británica (de 27 navíos) a las órdenes de Horatio Nelson cercó a la flota formada por 15 buques españoles y 18 galos
cerca del cabo Trafalgar, en aguas de Cádiz.
Por entonces la mayoría de los oficiales hispanos aconsejaban no asomar la nariz y mantenerse al resguardo del puerto gaditano, pero la cabezonería de Villeneuve (al que Napoleón iba a arrebatar el mando por su ineptitud) les
obligó a salir a combatir contra una armada mejor preparada, más fogueada y que contaba con marinos más descansados.
Honra y deber obligan, que debieron pensar los nuestros. Si el galo quería fiesta para
recuperar su honor perdido, habría que dársela, pues España no se arrugaba ante nada. Pero andar sobrado de valor y conocer el deber como subalterno no obliga a creer en un plan absurdo. Y eso le
pasó a Churruca, quién subió al «San Juan Nepomuceno» (de 74 cañones) sabedor de que pintaban bastos para los nuestros y que, salvo milagro, el desastre caería sobre la combinada.
Cosme Damián Churruca salió del puerto de Cádiz sabiendo de antemano la dura tarea que le esperaba y que la armada combinada estaba destinada al desastre, pero convencido de que, aunque las balas
enemigas volasen sobre su cabeza, no se rendiría jamás. Así lo demuestra el mensaje que envió a su hermano poco antes de partir: «Si llegas a saber que mi navío ha sido hecho prisionero, di que he muerto». No
había duda, para el marino era la victoria o la defunción.
A la lucha
El 21 de octubre, el «San Juan Nepomuceno» se encontraba a la cabeza
de la primera división de la escuadra de observación de Federico Gravina . Lugar de honor para tan ilustre personaje. Sin embargo, la
fortuna no sonrió al vasco. Y es que, cuando Villeneuve observó que los ingleses habían formado dos columnas para cortar la línea de la combinada, ordenó a los bajeles virar
por redondo (girar 180 grados, aunque puedes ver la maniobra en este enlace ) para que su proa quedase mirando
hacia el cabo Trafalgar.
Aunque aquello facilitaba la huida hacia casa (parece que el miedo y la sabiduría le llegaron tarde al francés), dejó al barco de Churruca en la última posición del grupo. A nuestro protagonista
aquella decisión le sentó como una patada en las partes íntimas. La maniobra provocó que la línea se extendiese todavía más, destrozó la formación y, a la postre, impidió que los buques aliados
pudiesen luchar hombro con hombro contra la marabunta de enemigos que les iba a dar en los morros.
El vasco se encontraba tan frustrado que llegó a hacer algo que jamás se le habría pasado por la cabeza: despotricar de su superior. Así lo explica el historiador Cesáreo Fernández Duro en su magna «Historia de la Armada Española (desde la unión de los reinos de Castilla y
Aragón)». En la misma, recoge incluso las palabras de desesperación que soltó desde la toldilla del «San Juan Nepomuceno» el marino:
«El general francés no conoce su obligación y nos compromete... Los enemigos van
cortar nuestra línea por el centro y a atacarnos por retaguardia; por consiguiente, va a quedar envuelta y en inacción la mitad de nuestra línea, si el general francés no pone pronto la señal de
virar por avante a un tiempo y doblar la retaguardia para coger los enemigos entre dos fuegos, destruyéndolos antes de que lleguen aquellos nueve navíos, que están muy atrasados».
Pero el galo no lo hizo y, poco después, se cumplieron las predicciones de Churruca. Al cortar en perpendicular la línea combinada, muchos de los barcos aliados se enfrentaron en clara
inferioridad numérica a los británicos mientras algunos de sus compañeros todavía no habían entrado en combate. Y precisamente eso le sucedió al «San Juan Nepomuceno» del brigadier de Motrico. Las cartas estaban sobre la mesa y
no eran buenas. Tan solo quedaba jugar la mano lo mejor posible y con honor...
«Cinco navíos enemigos, uno de ellos de tres puentes, cayeron sobre el San Juan,
que rompió el fuego cerca de las doce y media, recibiendo sucesivamente el de todos ellos por la mura de babor».
Dos lograron, en palabras del mismo autor, pasar por delante del «San Juan Nepomuceno» mientras continuaban lanzándole bala tras bala. Los otros tres se quedaron batiendo al navío español a
sangre y fuego. Dos de ellos por babor y uno, un bajel de tres puentes, por la mura de estribor. Así lo confirma también en su informe posterior Vicente Burugal, oficial del barco hispano:
«El combate se fue empeñando con más viveza a proporción que los enemigos se iban
acercando, a los que llegaron a situarse a tiro de pistola en esta forma: un navío de tres puentes para nuestra mura de babor, otro de igual clase para la aleta de igual banda y otro sencillo por
la de estribor, sin contar otros dos que también nos hicieron fuego, aunque no con tanto empeño».
El fuego vivo de todos estos buques continuó sin cesar hasta las dos de la tarde. Pero a esa hora llegaron dos nuevos invitados a la sangrienta fiesta, según recuerda el autor anónimo de la obra.
«A dicha hora estaba ya el navío inglés Dreadnought al costado del San Juan, a medio tiro de pistola por la aleta y
popa, habiendo vuelto a agregarse los dos navíos que al principio del combate se habían adelantado. Ni esto bastó: todavía otro navío quiso participar de esta desigual batalla, y el San Juan tuvo
la gloria de batirse contra seis navíos á la vez».
Épica muerte
Mientras los ingleses disparan, aunque no a placer (pues el vasco les estaba haciendo sudar sangre), Churruca dirigía valiente la defensa desde la toldilla. Lejos de esconderse, y acorde a lo que
se esperaba de un oficial con su historial, se mantuvo siempre al lado de sus hombres tratando de evitar que el enemigo se acercara lo suficiente al «San Juan Nepomuceno» como para asediarle. Así lo recuerda el autor de la obra
anónima:
«El valeroso comandante que dirigía una defensa tan heroica, desplegando talento y
denuedo a proporción de los riesgos, acudía a todo con una serenidad y firmeza inalterables: hacia él mismo la puntería mandando las maniobras con la vecina de combate. Ni la lluvia de metralla
que cubría el navío, ni la imposibilidad del socorro movía su ánimo intrépido, superior a los reveses de la fortuna; y sino podía batir a cada uno de los enemigos por su número, con una sabia
economía de sus tiros y una actividad proporcionada, tuvo siempre en respeto fuerzas tan considerablemente superiores, sin que los ingleses pensaran un momento en intentar el abordaje».
Sin embargo, al «volver de proa, donde acababa de apuntar un cañón cuyo tiro desarboló a un navío enemigo que le batía por aquel punto casi impunemente», una bala de cañón le arrancó la pierna derecha por debajo de la rodilla. Así
lo corrobora también Emilio Aléman de la Escosura , director de la Fundación del Museo Naval.
Pero ni siquiera una herida tan grave pudo inmovilizar a Churruca, que se mantuvo en su puesto e, incluso, arengó a sus soldados para seguir combatiendo a pesar de que la derrota era segura.
«Además, se dice que al perder la pierna y no poder mantenerse en pie ordenó que trajeran un cubo con harina (o con arena en otras versiones) y allí metió el muñón para mantener la estabilidad»,
explica José Luis Corral, autor del libro « Trafalgar ».
Al final, y para desgracia de sus marineros, Churruca acabó muriendo desangrado. De él se dice que no se quejó en ningún momento y que se mantuvo estoico hasta el final. A su vez, dio órdenes
antes de fallecer de que nadie se rindiera mientras en su cuerpo hubiera un leve aliento de vida. De hecho, ordenó clavar la bandera para evitar que a algún desesperado se le ocurriese arriarla,
se cayese o fuese arrebatada por los ingleses.
Según afirman la mayoría de las fuentes, las últimas palabras de Cosme Damián Churruca fueron para su cuñado, Jose María Ruiz de Apodaca. Aunque no iban dirigidas a él, sino a la mujer que
esperaba al vasco en tierra:
«Pepe, di a tu hermana que muero con honor en la fe que profesa la santa Iglesia
Católica, Apostólica Romana, amando a Dios de todo mi corazón y estimándola mucho; que se acuerde de mí, como yo me acuerdo de ella».
Cosme Damián Churruca dejó este mundo sabedor de que la derrota llegaba a su buque. Y no andaba falto de razón. Posteriormente, tras contar aproximadamente 100 muertos y 150 heridos, el «San Juan Nepomuceno» arrió la bandera.
Con todo, Corral afirma que el de Motrico todavía protagonizó un acto de valentía después de muerto. Este se produjo cuando los seis capitanes ingleses pidieron al oficial de mayor rango del avío
que entregara la espada del capitán vencido a aquel de ellos que hubiera derrotado a Churruca. En ese momento, y para sorpresa de todos, el español les dijo que, entonces, deberían partir el arma
en seis trozos pues, de haber atacado uno a uno, no habrían vencido al vasco nunca.
Ni Inglaterra ni Holanda descubrieron Nueva Zelanda: fue un español
Nueva Zelanda es un nombre que tiene origen holandés, en concreto a la región de ‘Zelanda’ al sur de los
Países Bajos. Oficialmente las islas de Nueva Zelanda fueron descubiertas en 1642 por el explorador holandés Abel Tasman, sin embargo no fue hasta 1769 cuando la expedición del británico James
Cook puso pie en las islas. Sin embargo los españoles descubrieron en realidad este archipiélago setenta años antes de la expedición de Tasman.
En el año 1575 los exploradores y navegantes españoles Juan Jufré y Juan Fernández partieron del puerto de Valparaíso (Chile) para explorar las aguas del Sur del Pacífico. Tras un mes navegando
hacia el oeste encontraron una isla que tenía características y nativos muy similares a los de Nueva Zelanda. Se conoce poco de esta gesta porque la expedición no fue autorizada por el Virrey del
Perú (por lo que se mantuvo relativamente secreta), sin embargo en 1615 el licenciado Juan Luis de Arias le comenta al rey Felipe III la posibilidad de conquistar aquellas tierras conocidas como
‘Terra Australis’ para solidificar la hegemonía hispánica en el Pacífico. Escribe:
“Cabe conquistar las tierras que ha descubierto el piloto Juan Fernández, luego de haber navegado durante un mes desde las costas de Chile
hacia el oeste a la altura del grado 40. Se trata de un suelo montañoso, fértil y poblado por gente blanca,
de ríos correntosos y que cuentan con todos los frutos necesarios para subsistir.“
Al final la Corona Española no llegó a interesarse por los misteriosos territorios australes del ‘Mar del Sur’ y Nueva Zelanda acabó por convertirse en colonia británica. James Cook pudo viajar
por el Pacífico gracias a docenas de cartas náuticas y mapas españolas que robaron los ingleses en Manila entre 1762 y 1763, cuando la ciudad fue ocupada y su archivo cartográfico saqueado.
Durante siglos España dominó el Océano Pacífico y muchos exploradores y misioneros españoles hicieron importantes descubrimientos por todo el mundo que han sido olvidados.
UN GENERAL DEL EJÉRCITO ESPAÑOL
España tuvo un afrodescendiente entre su generalato. Se llamaba Eusebio Puello
y lofue un siglo antes de que EE.UU tuviera
alguno, cuando Benjamin Davis llegó a general de la USAF en 1960. Una cuestión inconcebible en cualquier otro país europeo, excepto en
Francia, que tuvo uno -en realidad, mulato- durante la Revolución de 1789 (por cierto, era el padre de Alejandro Dumas, un detalle que encantará a nuestro común amigo Pérez-Reverte).
Tanto España como Francia contaron en sus territorios de ultramar, aproximadamente desde 1760, con unidades de negros libres (Compañías de Morenos Libres, como se los denominaba en el español
dieciochesco). Habían alcanzado su libertad gracias a algunos de los derechos previstos en las estrictas leyes hispanas que regulaban las relaciones entre los esclavos y sus propietarios en
América (en la Península, los últimos casos de esclavitud desparecieron hacia 1766). Los esclavos tenían derechos impensables en otras latitudes, como el descanso dominical,
establecer pequeños negocios de subsistencia y comprar su libertad. Y aunque hoy pueda pensarse lo contrario, tanto los indígenas americanos como los afrodescendientes fueron firmes
pilares de la monarquía hispánica frente al independentismo americano. Se sentían protegidos por el Rey frente a las arbitrariedades de los criollos.
Eusebio Puello y Castro nació en 1811 en Santo Domingo, el antiguo territorio hispano que ocupaba la mitad occidental de la isla de La Española. Ingresó en filas en 1824 y siempre demostró un
gran valor y una extraordinaria capacidad de liderazgo, lo que le proporcionó una meteórica carrera durante las guerras de la República Dominicana contra sus vecinos de la República de Haití.
En 1859 y ante las continuas invasiones haitianas, Santo Domingo solicitó la anexión a España para protegerse de sus violentos enemigos. Puello sería admitido entre las tropas españolas en 1861
con el grado de mariscal de campo (general de división). Pronto tuvo que hacer frente a la sublevación de sus compatriotas opuestos a la anexión, que abrió desde 1863 un período de casi tres años
de guerra, en la que participaría del lado de España en innumerables combates.
España decidió abandonar su presencia en Santo Domingo en 1865. Los numerosos dominicanos que, como Puello, habían apostado por España se vieron en la necesidad de emigrar a Cuba o Puerto Rico.
Como otros muchos afrodescendientes libres convivieron con los rescoldos de una esclavitud que, debido a los intereses de los oligarcas y hacendados antillanos, no sería abolida definitivamente
hasta 1888.
Puello había sido condecorado con la Gran Cruz de la Orden de Carlos III por
su actuación en Santo Domingo. Al estallar la sublevación independentista cubana en 1868, empuñó nuevamente las armas, ahora para defender la integridad nacional de su país de adopción.
Mientras otros compañeros dominicanos emigrados eligieron unirse a los rebeldes cubanos, Puello participó en numerosas operaciones militares -siempre al mando de tropas españolas de raza blanca- contra los
mambises.
A mediados de 1869 fue nombrado comandante general del Departamento Central o de Camagüey, con sede en Puerto Príncipe. Allí fortificó la ciudad, reparó las líneas de ferrocarril y animó a los
habitantes, muy afectados por el hambre y las enfermedades tropicales.
El 30 de diciembre de 1869, al mando de una columna compuesta por unos 1.200
hombres (Batallones de Chiclana, La Unión, Reina y Voluntarios de Madrid; Infantería de Marina, Caballería, Ingenieros y 4 piezas de artillería) atacó y ocupó el pueblo de Guáimaro, que las
fuerzas insurrectas habían establecido como su capital.
El 1 de enero de 1870 se enfrentó en Las minas de Juan Rodríguez (en el camino de Guáimaro a Palo Quemado) a las tropas rebeldes dirigidas por el aventurero norteamericano Thomas Jordan (un
antiguo general del ejército confederado) y el líder independentista Ignacio Agromonte. En esta acción, sus tropas sufrieron 223 bajas y Puello resultó herido en el asalto a pecho descubierto
contra un enemigo fuertemente atrincherado y emboscado, que le esperaba con el grueso del ejército rebelde. Su arenga a sus soldados bisoños fue: «¡Soldados! ¡Yo que soy negro, me ofrezco como blanco a los enemigos de España!
¡Adelante!».
La Expedición al mando del Conquistador español Vazquez de Coronado descubre el Gran Cañón del Río Colorado ( EEUU ) 1540
203Tú y 202 personas
El monumental Santísima Trinidad
Enarbolando insignia de jefe de escuadra
Afloró en 1769 en los astilleros de Cuba tras dos años de trabajo
El 21 de octubre de 1805 se libró, en aguas de Cádiz, una batalla por el dominio naval de Europa. En ella, el «Escorial de los mares» se
enfrentó hasta las últimas consecuencias contra SIETE navíos británicos.
Tras ser apresado por los ingleses y remolcado dirección a Gibraltar, el muy noble y leal Santísima Trinidad, no quería ir con los britis y
se fue a pique en la noche del 24 bajo un gran temporal.
Obra del pintor Carlos Parrilla.
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LA LEYENDA DE LA FRAGATA PRINCESA.
Esta es la historia de la captura del navío “Princesa”, que junto con la del “Glorioso”, hicieron leyenda de nuestra gloriosa Armada
Española del siglo XVII. El «Princesa» es un navío cuya historia va más allá de las batallas. Podría decirse que tuvo mala suerte, aunque esa afirmación no sería del todo
justa. Era un barco fuerte, construido en el astillero de Guarnizo, Santander, en 1729, siguiendo los planos de Gaztañeta.
Puerto del Ferrol, 9 de abril de 1740 de ese puerto parten tras una fragata británica los navíos Princesa (70) y Príncipe. Tras varios días,
son sorprendidos por una tormenta que les hace separarse. El donostiarra Pablo Agustín de Aguirre era el capitán del «Princesa» y demostró aquel día de abril la pericia y
el valor de los marinos españoles que se arriesgaban en un mar en guerra. Cada vez que los buques hispanos e ingleses se encontraban en el océano ardía la pólvora y corría
la sangre.
Y eso fue lo que ocurrió en ambos bandos aquel día, pese a la superioridad británica. El Princesa, había sufrido la rotura del mastelero
mayor, cuando avistan un escuadrón inglés compuesto por tres navíos: Lennox, Kent y Oxford, los tres de 70 cañones. A las 6 de la mañana comienzan los tres ingleses a
perseguir al español y a pesar de que el Princesa había sufrido recientemente un temporal que le había causado daños, lo que le hacía navegar disminuido de vela, los
británicos no le alcanzaron sino al cabo de 2 horas.
Los tres alcanzaron al desarbolado «Princesa», era el 19 de abril de 1740, a las ocho de la mañana. El propio capitán Mayne se adelantó con
el «Lennox» y comenzaron a tronar las andanadas. Pero el fuego español fue más preciso y contundente e hizo caer dos mástiles del buque insignia de Mayne, que se retiró.
Era el turno del «Kent». Los cañones bramaron y los españoles tuvieron de nuevo la suerte de cara, pues en medio del combate un disparo arrancó la mano del capitán inglés
y el «Kent» también se retiró, dañado. Pero entonces llegó el «Oxford», con su tercera ronda de 70 cañones. Llevaban combatiendo más de ocho horas, todo el día. El
«Princesa» había visto morir a 70 de sus marineros y tenía 80 gravemente heridos, algunos oficiales. Los menos graves seguían aplicando fuego por las troneras. Pero la
munición se agotaba y el capitán Aguirre cayó gravemente herido. Ante lo insostenible de la situación se rindieron a los británicos. El «Princesa» fue conducido a
Portsmouth el 9 de mayo. A los prisioneros se les trató con cortesía. El capitán volvió a su San Sebastián natal, a morir de sus heridas, de las que nunca acabó de
recuperarse.
A los ingleses les llamó mucho la atención el comportamiento de este navío en combate, sus excelentes prestaciones, su aguante a la
artillería, y su gran estabilidad. El navío, de dos puentes, era de eslora larga en comparación con los navíos ingleses similares. Tenía también un diseño del casco tal
que conseguía mayor distancia entre las portas de la primera batería y la línea de flotación, lo que le permitía utilizar los cañones de dicha batería en condiciones en
las que sus oponentes no podían hacerlo. En Portsmouth, a donde lo llevaron como presa, provocó gran admiración su tamaño y medidas, notablemente grandes para su porte,
que le acercaban a un navío inglés de primera clase, de 90 o más cañones, teniendo el Princesa sólo 70. Una vez reparado, el Princesa sirvió en la Royal Navy con el nombre
de HMS Princess
Sin embargo, el mismo barco que asombró a la Navy, en manos de marinos británicos y capitaneado por Robert Pett caería frente al «Poder», un
mercante artillado con muchas menos bocas de fuego, al mando de Rodrigo de Urrutia en la batalla de cabo Sicie. Pett lo pasó tan mal que estuvo a punto de rendirse dos
veces. Tuvieron que venir 5 navíos a socorrerle. El «HMS Princess» fue retirado discretamente de servicio poco después. No lo manejaban como los españoles.
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¿Sabes lo que es la táctica del insecto palo?
La idea de aprovechar la pericia del insecto palo en el ámbito naval surgió por primera vez en 1779. En el contexto de la guerra contra los ingleses, la fragata
Magdalena regresaba de una comisión cuando avistó un buque corsario inglés (Duke of Cornwall), en las inmediaciones del Cabo San Vicente. Al advertir que dicho buque era de mayores dimensiones y
con una superficie de vela muy superior, el Comandante utilizó la táctica del enmascaramiento, es decir, meter dentro toda la artillería y vestir a la dotación con ropa de paisano. Para acabar de
engañar a los británicos, realizó maniobras propias de un buque mercante. El buque enemigo cayó en la trampa y cuando fueron conscientes de su error, ya se encontraban a tiro de cañón de la
fragata española. Aunque en su desesperación intentaron fugarse, el Comandante de la fragata Magdalena ya tenía preparada toda su artillería, por lo que resultó inútil. Con una maniobra rápida y
eficaz, los españoles cayeron sorpresivamente sobre el barco corsario, que se rindió, de forma inmediata, a la primera descarga., A esta táctica se la llamó insecto palo. De la misma forma que
este insecto, con apariencia inofensiva, consigue capturar a sus presas utilizando el enmascaramiento, la fragata española consiguió, con disimulo y ocultación, cobrarse su botín. Esta hazaña fue
notificada a toda España en la publicación oficial de la época: Gaceta de Madrid del 8 de octubre de 1779. Esta misma táctica la encontramos en la elogiada película «Master and Commander», cuando
en una de sus escenas la fragata británica se hace pasar por un buque ballenero, con el fin de atraer a su presa.
armada.mde.es/museonavalferrol -
CARTA DE ALEJANDRO FARNESIO A JUAN DE IDIAQUEZ, SECRETARIO PERSONAL DE FELIPE II, SOBRE EL EMBARQUE DE TROPAS PARA LA INVASIÓN DE
INGLATERRA.
Su adoración me hace un honor infinito al desear saber de mí la verdadera verdad sobre la fecha en que este ejército podría haber estado
listo para navegar, si el clima lo hubiera permitido y la Armada hubiera realizado su tarea. Contestaré franca y libremente a su pregunta. A pesar de todo lo que se ha
dicho, o se puede decir, por personas ignorantes, o por aquellos que plantean maliciosamente dudas donde no debería existir, diré que el 7 de agosto, cuando llegó el
Secretario Arceo y me fui de Brujas, ya me había embarcado Nieuport 16,000 soldados de a pie; y cuando llegué a Dunkerque el martes 8, antes del amanecer, llegaron los
hombres que iban a ser enviados allí, y comenzó su embarque.
Todos habrían estado a bordo con las tiendas y el resto, ya que todo estaba listo y el envío se estaba llevando a cabo muy rápidamente, si
la embarcación no se hubiera suspendido como consecuencia de la inteligencia recibida de la Armada. Pero para esto bien podrían haber comenzado a salir del puerto esa
noche, y haberse unido a los de Nieuport durante el día siguiente, para que juntos pudieran haber cumplido su tarea, ya que no faltaba nada necesario. Es cierto que, como
consecuencia del aumento de la cantidad de infantería, había muy poco espacio para la caballería, ya que solo había 20 balsas para ellos, a menos que la Armada pudiera
ayudarnos con el alojamiento para el resto, como los que habían venido, del duque de Medina Sidonia dijo que pensaban que no habría dificultad para hacerlo. Incluso si
esto hubiera sido imposible, deberíamos haber tratado de enviar al resto de la caballería en los otros barcos, y no se habría perdido el tiempo en la tarea principal, y al
tomar un puerto para la Armada en el Canal de Londres. Si para su mayor satisfacción, y mi justificación, desea ver certificados y declaraciones juradas de todos los
magistrados, comandantes de tropas y marineros, con respecto a la disponibilidad de víveres y tiendas, etc., los enviaré con mucho gusto. Realmente puede creer que cuando
le dije al duque que solo se necesitarían tres días para la embarcación y los preparativos para navegar, no hablé a la ligera; y debería haberlo hecho en menos tiempo de
lo que dije, con la ayuda de Dios. No voy a ampliar aquí las causas y los motivos que me impidieron ir a la costa antes de lo que lo hice, como ya lo he dicho, y pueden
adivinarse bien. Los hombres y las tiendas, además, estaban tan completamente listos para el envío, que estaba seguro de que serían incorporados rápidamente. Ni siquiera
era necesario suministrar agua a los botes, digan lo que digan algunas personas, ya que no era necesario cocinar para un pasaje tan corto y había mucha cerveza para beber.
Tampoco era necesario, como otros imaginan, perder el tiempo enviando artillería a los buques de guerra, ya que contamos con el apoyo de la Armada. La omisión de hacer
esto de antemano no fue negligencia sino artificio; y esta es la simple verdad a la que puedes enfrentarte.
Bruselas, 30 de diciembre de 1588.
1804.-EL OFICIAL SUPERVIVIENTE, DE LA FRAGATA NUESTRA SEÑORA DE LAS MERCEDES.
Pocos de los lectores asiduos de estos post, desconocen la historia de la fragata española
Nuestra Señora de las Mercedes. Aquella que una banda de salteadores con uniforme de la marina británica, o lo que es lo
mismo, la marina británica haciendo lo de siempre, volaron en mil pedazos no estando en guerra contra ellos, en aguas del
Cabo de Santa María en agosto de 1804. Hoy quiero contar una historia relacionada con este hecho. Es la del único oficial
superviviente tras la explosión de la fragata y lo que aconteció después.
Era teniente de Navío en la fragata Nuestra Señora de las Mercedes, y se llamaba Pedro Afán
de Ribera, ignoraba aún que era el único oficial que había sobrevivido a la voladura de la fragata. Pero en esas horas
aciagas del 5 de octubre de 1804, mientras continuaba el combate entre cuatro embarcaciones inglesas y la disminuida
escuadra española frente al cabo de Santa María, a la altura de la costa del Algarve, cuando ya avistaban la sierra
portuguesa de Monchique, el teniente de navío Pedro Afán de Ribera solo debió pensar que su vida se había acabado.
El ataque inglés le sorprendió en el castillo de la cubierta pasadas las 9.30. Un solo
cañonazo certero dio en la diana; el corazón de la santabárbara, el lugar donde se depositaba la pólvora del barco. La
Mercedes voló por los aires sin que sus 34 cañones hubieran siquiera abierto fuego. Durante dos horas y cuarto, Pedro Afán
de Ribera permaneció en el agua sobrecogido, aferrado a un trozo de la proa con el único brazo posible, el izquierdo, tras
haber perdido el derecho en la explosión de la fragata Nuestra Señora de las Mercedes. Devorado por la sal que entraba en
sus heridas a saco; con plegarias musitadas y con hilo de voz, ya en capilla, aquel hombre de mar, contaba los minutos que
le quedaban en el infierno.
El navío acababa de irse a pique con un tesoro de vidas (se salvaron apenas medio centenar
de sus casi 300 tripulantes y pasajeros) y haciendas, incluido medio millón de monedas de oro y plata. Un bote ingles in
extremis acudió presto al oído de su socorro. Poco más se pudo hacer por el oficial, que cerrarle muñones y aliviarle las
heridas con sal, clavo y ron. Como prisionero de guerra, iría a parar a Londres con buen tratamiento hasta que se arreglara
la cosa.
La cruda crónica de lo ocurrido fue firmada por el propio Pedro Afán de Ribera en una carta
al rey Carlos IV, mediante la que solicitó un ascenso que le permitiese pasar sus últimos años con cierta dignidad tras el
desastre que le había arruinado, física y económicamente. El documento, junto a los usados en este artículo, se conserva en
el Archivo General de la Marina Álvaro de Bazán. Como en todas las tragedias, el azar había repartido cartas marcadas. Afán
de Ribera, embarcado hasta entonces en otra fragata, recibió la orden de transbordar a La Mercedes para la travesía que
zarpó de Perú con “caudales” de la Hacienda real y particulares.
“Solo tuvo la fortuna de salvarse milagrosamente el suplicante de la primera”, escribe el
oficial Afán de Ribera, que relata su tragedia en tercera persona, “y como 48 hombres de la segunda, habiendo estado debajo
del agua con parte de la artillería del castillo (cuyo puesto cubría) y otros fragmentos sobre sí (...) y después asiendo
un trozo de la proa, se sostuvo sobre él como dos horas y cuarto, hasta que finalizado el combate, lo recogieron, habiendo
padecido extraordinariamente, de cuyas resultas ha quedado cojo con parte del pie izquierdo menos, manco del brazo derecho
por la clavícula, con un afecto al pecho continuado, y en general toda su máquina trastornada”.
El teniente suplica al monarca un ascenso a capitán de fragata para elevar su “retiro” y
compensar la pérdida de sus ahorros (“se halla en una indigencia tal que le han cubierto las carnes sus compañeros de
limosna”, se conduele) y un traslado a Montevideo por beneficiarle para sus achaques. Carlos IV accede a ambas peticiones
el 23 de junio de 1805. Un mes después seriamos derrotados en la batalla de Finisterre y tres meses después llegaría la
batalla de Trafalgar.
Siglos después, como sutil recordatorio, una carta asida a su pecho como el corazón a la
entraña, hizo que Pedro Afán de Rivera proporcionara un documento crucial con el que vengar aquel cruel azar del destino y
desquitarse de aquel ataque traicionero. España usó aquella carta clave a la que se aferraba Pedro Afán de Rivera en su
oceánica soledad en el litigio por la propiedad de los restos de La Mercedes que más tarde le conduciría a rescatar ante
los tribunales de Estados Unidos el tesoro que el Odyssey recuperó del mar en 2007 y que la fragata española llevaba cuando
fue hundida en 1804.
EL FRACASO DE ROBERT BLAKE EN TENERIFE Y EL CAÑON HERCULES.
Desde el 25 de noviembre de 1649) era Gobernador y Capitán General de las Canarias, el
aragonés don Alonso Dávila y Guzmán, recio y experimentado militar, que había combatido durante 20 años en los tercios
viejos de la Infantería española, en Italia y Flandes, sumando victorias, alcanzando el grado de general de Artillería el
de 2 de enero de 1646.
Hacía varios días, que había llegado a Tenerife la expedición de la Flota de Indias la cual
estaba formada nueve mercantes y la escolta de dos galeones de guerra; la nave capitana Jesús María, donde navegaba Diego
de Egües, y la almiranta La Concepción, donde lo hacía el almirante don José Centeno, segundo de la expedición. Debían
reparar el palo de mesana del Jesús María, que sufría una avería que dificultaba su maniobrabilidad. Dávila que conocía
desde diciembre pasado la presencia de la enorme armada del almirante ingles Robert Blake por el estrecho de Gibraltar y
frente a la costa andaluza, advirtió de ello a Egüés y le recomendó poner a salvo en tierra la valiosa carga, y aguardar
las órdenes de S.M. Felipe IV.
Pero le pudo más a Egües la impaciencia por regresar a la península que la prudencia,
creyendo que, transcurridos ya varios meses, Blake navegaría por otros mares. Así que reemprendió la singladura el 26 de
febrero. Afortunadamente, a los pocos un velero ligero enviado por Dávila pudo avisar a Egües de la presencia aún de la
armada de Blake frente a las costas gaditanas, conocedor el inglés que a punto estaría de llegarse aquella expedición de la
Flota de Indias. Dadas las circunstancias, la flota española regresó al puerto santacrucero, donde arribó el 12 de marzo.
Ante la posibilidad de que la flota de Blake atacase Santa Cruz y a los navíos que en su rada fondeaban, esta vez sí,
Dávila y Egües acordaron desembarcar la valiosa carga y transportarla hasta San Cristóbal de La Laguna, alejada de la
costa, donde podría custodiarse mejor. De las 54 piezas de artillería que armaban los galeones de escolta, 26 se bajaron a
tierra y se sumaron a las 73 piezas de costa, resultando 99 cañones la defensa de la Plaza.
No había errado Dávila al prever el ataque inglés. Egües fue alertado en la madrugada del
domingo 30 de abril de la aparición a unas tres leguas de tierra de una armada de 33 navíos con pabellón inglés, con mil
quinientos cañones. Al instante, Egües y Centeno con la oficialidad y marinería embarcaron en sus naves para organizar la
defensa. de más alcance, los demás se armaban de aperos y buenas trancas de madera.
Y aquí aparece el cañón Hércules, que, desde la plataforma alta del castillo principal,
apuntaba su formidable corpachón de bronce de a 36, el de más alcance y calibre de toda la artillería española, hacia el
enemigo. A las nueve hizo fuego el Hércules, contestó Blake, y se emprendió un combate brutal entre la artillería de los
buques ingleses y la del castillo de San Cristóbal, el de Paso Alto y baluartes españoles. Al poco del comienzo del
combate, Blake ordenó al contralmirante Richard Stayner que con doce de sus galeones se acercara a la rada, con el fin de
intentar apresar los barcos españoles.
Entre tanto, los mercantes de la Flota de Indias sufrían un daño terrible, porque por su
posición. Los marineros españoles, desde la borda de sus barcos, emprendieron un cerrado fuego de mosquete y arcabuz contra
los ingleses, causándoles muchas bajas. El estruendo de los cañonazos era ensordecedor y la atmósfera apestaba a pólvora
quemada. Sobre las doce, Blake ordenó concentrar el fuego sobre los dos galeones de guerra españoles, que estos defendían
en inferioridad numérica. La lucha en los barcos era encarnizada, muriendo españoles e ingleses. En el galeón La Concepción
a punto de ser abordada, para evitar su captura, el valiente Centeno ordenó hundir el navío pero quiso el maldito destino
que ésta fuese alcanzada por fuego inglés, reventando y volando el galeón con parte de la tripulación, la oficialidad y el
mismo Centeno. Luego fue el galeón Jesús María el blanco principal del fuego corsario. Egües defendió con bravura la nave
capitana durante cuatro horas, hasta que ésta fue encallada en la costa e incendiada para evitar que cayera en manos
enemigas.
Dávila decidió bombardear sobre los barcos españoles con el fin de hundirlos, porque al
estar entre la costa y la armada de Blake, impedían que se le hiciera verdadero daño al inglés. Mientras las tripulaciones
se tiraban al agua y nadaban hacia tierra bajo un terrible fuego cruzado, fueron hundidos uno tras otro los barcos de la
Flota de Indias. Ahora, con buena visibilidad, la artillería española debía evitar a toda costa el desembarco británico. A
partir de entonces, despejado el horizonte, sobre la flota enemiga cayó una rociada de rayos y centellas en forma de bolas
de hierro candente desde los castillos de San Cristóbal y Paso Alto. Hércules, con su largo alcance y grueso calibre,
destrozaba cascos y arboladura de los navíos de la Pérfida. El fuego español no cesaba y Blake, catalejo en mano, viendo
tras los muros a miles de hombres dispuestos a vender muy caro un desembarco, ya atardeciendo, con muchas naves averiadas y
muchos muertos sobre la borda, ordenó cesar el combate y abandonar las aguas tinerfeñas.
España había perdido nueve buques, y muchos oficiales y marineros; en tierra, tres
milicianos cayeron, alcanzados por el fuego inglés. No obstante, se evitó el robo de la carga tan valiosa y, sobre todo, el
desembarco de la horda británica, cuyas consecuencias podían haber sido terribles. El Blake fue vencido en una batalla
cruel, y por ello Felipe IV concedió la primera cabeza negra de león el escudo de Santa Cruz, en cuyo fondo marino han de
estar los restos de aquellos galeones de la Flota de Indias y parte de su tripulación.
La flota británica sufrió, según qué fuentes, entre 400 y 700 bajas, entre muertos y
heridos, además de cuantiosas averías en las naves. El objetivo de Blake, por mandato de Cromwell, era apresar la plata de
la Flota de Indias y tomar Santa Cruz, empresa en la que fracasó. El mensajero que avanzó la noticia a Londres falseó las
cifras y omitió detalles que no dejaban bien al almirante, práctica muy británica, por cierto. De vuelta a Inglaterra, el
corsario murió de escorbuto.
El cañón "Hércules" fue adquirido en 1547 y participó durante 300 años en la defensa de los
ataques de piratas y navíos de guerra a la Isla, el más famoso de ellos el intento de invasión de la Armada británica al
mando del almirante Horacio Nelson en julio de 1797. Del "Hércules" han dicho los expertos en asuntos militares que era el
cañón más precioso del mundo y se cree que procedía de un botín de guerra o que fue adquirido a un comerciante flamenco
instalado en La Laguna. Intervino en las batallas contra Blake, en 1657, y contra Jennings, en 1706, pero su mayor
contribución fue participar en la derrota del ejército británico junto al emblemático cañón "Tigre".
Comando Español destruye Fuerte Inglés en Canadá
El intento inglés de apoderarse en 1780 de San Luis en Missouri, acabó con una aplastante derrota inglesa.
Para evitar otro intento posterior, España preparó un contraataque en el año 1781, con un comando reducido, al estilo de las encamisadas
El comando llega a zona inglesa y destruye en el fuerte junto al lago Michigan. Este golpe por sorpresa indicó a Inglaterra que España controlaba toda la zona del
Mississippi desde el Golfo de México al Canadá
Este golpe, disuadió a Inglaterra de volver a introducirse por el Río Mississippi. Junto al Lago Michigan estaba el fuerte inglés que suministraba la zona norte. Su
objetivo disuadir a Inglaterra y destruir su base de penetración hacia el Mississippi.
Golpe de prestigio en Europa. La toma de un fuerte en la frontera de hoy Canadá indicó al resto de Europa, hasta donde pudo llegar a las tropas de España en
Norteamérica. Un ataque español con repercusión internacional
REPUBLICA DE PIRATAS EN VENEZUELA
En el contexto de la guerra de sucesión española, piratas ingleses y franceses tomaron
por asalto una de las islas de Bahamas, específicamente la isla de Nassau, en ella se asentaron para
formar una especie de República regida por un Código de Conducta Pirata.
Esta isla, bajo control español, fue arrebatada por los británicos en el año 1670, luego
sería tomada por piratas en 1706, momento que se formaría la «Flying Gang».
No era la primera vez que esto sucedía en el Nuevo Mundo, en el siglo XVII los piratas
habían tomado la isla de la Tortuga como base de operaciones y formaron «la Cofradía de los Hermanos de la
Costa».
El nacimiento de la Flying Gang se da gracias a los españoles, quienes bombardearon la
isla en los años 1703 y 1706, colaborando así, sin querer, a la formación de una «República» de piratas. A raíz de los
ataques muchos de los habitantes optaron por abandonar la isla, provocando que los piratas establecidos formaran el
grueso de la población.
La Flying Gang contó con la participación de los piratas más famosos de la historia de
la piratería, entre ellos: Edward Teach «Barbanegra»; Jack Rackham «Calico Jack»; Benjamín Hornigold, mentor de
Barbanegra; Anne Bonny y Mary Read, las dos únicas mujeres de las que se tiene registro en la piratería; y otros
piratas famosos como Charles Vane, Henry Jennings, Stede Bonnet, entre otros.
Al finalizar la guerra muchos corsarios ingleses se convirtieron en piratas y se unieron
a la Flying Gang. Después de la firma del Tratado de Utrecht, España e Inglaterra se dieron cuenta de los estragos que
estos causaban en sus territorios.
Inglaterra nombró a Woodes Rogers gobernador de Bahamas, quien otorgaría el perdón real
a todos los piratas en el año 1718, sin embargo, muchos piratas no lo aceptaron.
Los piratas que se acogieron al perdón real se les otorgaron patentes de corso para
cazar a sus antiguos amigos. La Royal Navy acabaría con Barbanegra, Hornigold apresó a Nicholas Woodall y John Auger,
Jonathan Barnet atrapó a Calico Jack, Anne Bonny y Mary Read.
La Flying Gang desapareció por completo en el año 1720 gracias a los cazapiratas, la
Royal Navy y la Armada Española en el Caribe.
La mayor deshonra de Francia: el día que los Tercios españoles tomaron París
Los españoles consiguen levantar el cerco sobre París el 30 de septiembre de 1590 y, precedidos por un convoy de suministros que alivió el hambre extrema que se
vivió en la ciudad, entraron entre vítores en la ciudad. Esa noche defendieron la capital gala de un ataque desesperado de los protestantes franceses
Tras la derrota francesa de San Quintín, en
1557, Carlos V, por entonces retirado en Cuacos de Yuste, preguntó si la capital gala estaba ya en manos españolas: «¿Se
encuentra ya en París mi hijo, el Rey [Felipe II]?». La cercanía de París a los Países Bajos, cuya soberanía era de Felipe II, hacía que la pregunta del
Emperador jubilado no fuera tan rocambolesca. No obstante, el Rey Prudente descartó avanzar hacia París al estimar poco aconsejable dejar a sus espaldas la ciudad de San Quintín aún bajo asedio. Se perdió así una ocasión histórica de
escenificar que la indiscutible hegemonía militar de Europa en aquel momento pertenecía al Imperio español. Lo que pocos años después demostró de forma
escrita la paz de Cateau-Cambrésis, un tratado que obligó a Francia a entregar o renunciar
hasta 198 enclaves y territorios.
Una enorme concesión de un país herido tras varias décadas de guerra infructuosa con el Imperio español y, sobre
todo, una bombona de oxígeno para solucionar las guerras religiosas que desangraban la nación. Un conflicto entre católicos y hugonotes (el nombre dado a los protestantes franceses) que estalló
en su máxima expresión en julio de 1566, cuando la Corona prohibió el culto protestante en Francia y los hugonotes reaccionaron intentando secuestrar al Rey en Meaux. A partir de entonces la
sangre corrió sin control, incluida una matanza en París el día de San Bartolomé de 1572, entre ambos bandos. Ni Francisco II, ni Carlos IX, ni Enrique III lograron poner punto final a estas guerras religiosas; al
contrario, la muerte de este último a manos de un católico fanático abrió las puertas a que un Monarca protestante se hiciera directamente con la Corona.
España al rescate de la Liga Católica
Enrique de Borbón, Rey de Navarra, era el legítimo heredero a la
Corona a falta de candidatos varones entre los católicos. Sin embargo, su condición de protestante despertó gran oposición entre los elementos católicos del reino, apoyados desde el exterior por
España y el Papa. Felipe II, de hecho, soñaba con que fuera su hija Isabel Clara Eugenia, cuya madre era de origen francés, quien se pusiera al frente de
Francia, lo cual no era bien visto ni siquiera por el bando católico.
A base de grandes inyecciones económicas en la Liga Católica, el Monarca mantuvo abierta la guerra en el país vecino. Solo ante la posibilidad de que la capital gala cayera en manos protestantes
se decidió el Rey a pasar al siguiente nivel de apoyo.
Como narra de forma magistral Alex Claramunt Soto en el
libro « Farnesio: La ocasión perdida de los Tercios» (HRM Ediciones), un acontecimiento decisivo precipitó la intervención del ejército
español en Francia. La batalla de Ivry, librada el 14 de marzo
de 1590. se saldó con la completa derrota del ejército de la Liga Católica a manos de las fuerzas de Enrique de Navarra. Los protestantes se apoderaron así de todas las plazas fuertes
en el curso del Sena a excepción de Ruán, en Normandía, y
dejaron aislados a París.
Con la capital amenazada, Felipe II ordenó inmediatamente a su sobrino Alejandro Farnesio, gobernador de los Países Bajos, que entrara con los Tercios
españoles en Francia a apoyar a la Liga Católica. Farnesio
mostró todo su oposición, puesto que la guerra en Flandes había dado un vuelco a favor de los españoles pero aún, con Holanda y Zelanda en manos rebeldes y las tropas hispánicas cada vez más
indisciplinadas, quedaba mucho por hacer en este conflicto. Así y todo, al final no le quedó más remedio que obedecer las órdenes de su tío y dirigir una incursión de 14.000 soldados (entre
españoles, italianos, valones y alemanes) desde el norte de Francia para socorrer París.
El general hispano italiano ordenó al tercio de Antonio de
Zúñiga y al del italiano Camilo
Capizucchi que se unieran a las tropas católicas supervivientes y entorpecieran el avance de Enrique de Navarra hacia París. A ellos se unieron poco después varias compañías
del Tercio viejo de Lombardía, una tropa veterana que admiró a
sus compañeros de armas franceses y les ganó el apodo de «monsieurs». No fue hasta el 8 de agosto que el propio Farnesio partió de Bruselas.
Mientras Farnesio se detenía para recuperar poblaciones en manos protestantes, Enrique de Navarra reconoció a sus consejeros que no pensaba que el general
más famoso de Europa se atreviera a abandonar los Países Bajos,
«dejándolos casi desiertos y sin defensa». Y, ciertamente, sus enemigos aprovecharon su ausencia para recuperar terreno, del mismo modo que muchos nobles católicos trataron de convencer a Felipe
II de que su sobrino era un desobediente mientras él estaba fuera de Bruselas.
Una vez terminó de frotarse los ojos, Enrique de Navarra, de 37 años, avanzó hacia Lagny en un intento de jugárselo todo a una única batalla con Farnesio, de 45
años. En este sentido Claramunt Soto aprecia en el
mencionado libro que el francés fue sin duda el más hábil general al que se enfrentó el sobrino del Rey, y probablemente el más parecido a él. «Poseían por igual el talento de conciliar el afecto
de sus tropas, sin ningún tipo de relajación en la disciplina o disminución de la autoridad. Eran iguales también en valor personal, en el discernimiento rápido y en la
fertilidad del genio», dejó escrito el historiador escocés del siglo XVIII Robert Watson.
Idas y venidas del mejor general de Europa
Frente a la superioridad numérica de Enrique, que contaba con 18.000 infantes, Farnesio ignoró la propuesta de batalla campal y atrincheró, en cambio, su ejército en torno Lagny. El ejército hugonote aguardó ocho días frente al
campamento fortificado católico y, cuando empezaron a agotársele los víveres, se replegó a París. El 5 de septiembre Farnesio se apoderó de Lagny al asalto.
Fue entonces cuando Enrique de Navarra se dirigió hacia París en un intento sorpresivo por tomar la capital francesa. Los españoles consiguen levantar el cerco sobre París el 30 de septiembre y, precedidos por un convoy
de suministros que alivió el hambre extrema que se vivió en la ciudad, entraron entre vítores en la ciudad del Sena. Aún esa noche los protestantes intentaron asaltar París escalando las murallas, pero los tercios rechazaron fácilmente el ataque. Una vez
estabilizada la situación, Farnesio se retiró a Flandes con parte de las tropas para ahuyentar las posibles
acometidas holandesas y, de camino, se detuvo en la conquista de Corbeil, con lo que imaginó aseguraba la defensa de París durante una buena temporada.
Dejó a su espalda 3.000 hombres del Imperio español y un acalorado debate en la Liga Católico sobre quién debía ocupar el trono. Con la muerte unos meses
antes del cardenal Carlos de Borbón se allanó la propuesta
de que fuera la Infanta española Isabel Clara Eugenia quien
recibiera la corona, si bien el miedo a que Felipe II se hiciera con el mando efectivo del país impidió cerrar un acuerdo. Coincidiendo con las discrepancias católicas, Enrique de Navarra retomó pronto las operaciones militares y recuperó Corbeil
con una facilidad pasmosa.
Desde Madrid, Felipe II ordenó a Farnesio que regresase a
Francia otra vez en el verano de 1591. Si la otra vez la campaña francesa había llegado en el peor momento de la guerra en Flandes, en esta ocasión era como si el Monarca español se hubiera
coordinado con los rebeldes porque, a decir el cronista y soldado Alonso
Vázquez, «las cosas de Flandes iban en este tiempo de mal en peor». A los motines, la corrupción y la indisciplina generalizada, se sumó en ausencia de Farnesio un potente contraataque holandés. Plazas que habían costado miles de vidas y muchos meses tomar fueron rindiéndose en la zona
norte de los Países Bajos con una facilidad insultante, como ocurrió con los castillos de Westerlo y Turnhout o las localidades Zutphen y Deventer.
El 24 de julio, Farnesio recibió la fatídica carta del Rey ordenándole ir a Francia, sin posibilidad de réplica, cuando pretendía plantar cara al ejército holandés.
El «Rayo de la Guerra» se apaga
Tras concentrar tropas en torno a la frontera francesa, Farnesio, deprimido y con su hidropesía crónica agravándose, se retiró unas semanas a un balneario en Spa a
recuperar fuerzas. En su ausencia, Enrique de Navarra había reforzado sus tropas y conquistado en esta ocasión Noyon, lo que volvía acercarle a la toma de París y, con ello, el fin de la guerra. La Liga Católica, que perdía ciudades y soldados como agua de lluvia cayendo, contó
como única buena noticia el renovado compromiso de Roma a su causa con el envío de tropas mercenarias y caballeros italianos.
El primer movimiento del « Rayo de la Guerra» (el apodo de Farnesio) fue socorrer la ciudad francesa de Rouen,
donde un ejército al mando del futuro Enrique IV trató de presentar batalla. Antes de alcanzar el envite, una escaramuza entre la caballería francesa y la de Farnesio, al mando del
albanés Jorge Basta, causó la muerte de numerosos nobles
hugonotes cuando fueron a proteger a Enrique, herido de gravedad.
Con el bando hugonote en retirada, Alejandro Farnesio trató
de aprovechar la ventaja conquistando la ciudad francesa de Caudebech,
perosufrió un disparo de arcabuz en el antebrazo mientras supervisa las obras de asedio. Herido y todavía más cansado, Farnesio se debió salvar un contraataque de Enrique que casi acaba
en desastre. Tras deternerse tres días en París, el genio militar emprendió otra vez el regreso a Flandes.
Mientras la salud de Farnesio empeoraba a cada día, Felipe II le escribió elevadas misivas instándole a volver una vez más a Francia. En los preparativos de una nueva campaña, la muerte alcanzó
al Duque de Parma, que falleció el 3 de diciembre de 1592 de hidropesía
en la ciudad de Arras. No en vano, los pormenores fueron aún más
dolorosos. Felipe II había dado órdenes para que Farnesio fuera depuesto de su cargo de gobernador de Flandes, a razón de que el dinero destinado para la guerra de Francia se había empleado para
la de Flandes. Las conspiraciones cortesanas contra Farnesio habían logrado convencer al Rey de que su sobrino no solo estaba cometiendo desviación de fondos, sino que había contribuido con su
desinterés por cualquier cosa que no fuera Flandes al fracaso de la llamada Armada Invencible en 1588.
Cuando la muerte aconteció al Duque de Parma, el Conde de
Fuentes ya estaba de camino para destituir y, llegado el caso, arrestar a Farnesio. Solo la muerte solapó lo que podía haber sido la mayor de las traiciones de este país.
Sin su talento, la guerra en Francia quedó en manos de Enrique de Navarra. «París bien vale una misa», afirmó según la
leyenda el hugonote para que, con su conversión, la Francia católica le aceptara como Rey. Sin poder concluir el conflicto por las armas, el Monarca accedió a cambiar de religión y así poder
entrar triunfalmente en la capital el 22 de marzo de 1594. Libre de guerra internas,Enrique IVse reveló como uno de los monarcas
más diligentes de la historia de Francia. Suyas son las reformas que sentaron los pilares de la Francia con la queLuis XIIIyLuis XIViban a asombrar al mundo avanzado el
siglo. También, las reformas militares que culminaron en el colapso del Imperio español en el corazón de Europa.