Miguel Hidalgo en la guerra de Independencia de México: "Si la batalla dura una semana, serán italianos. Si la batalla se alarga, es que son españoles". Almirante francés sobre la gesta de los Tercios en Empel: "Cinco mil españoles, que a la vez eran cinco mil infantes y cinco mil caballos ligeros y cinco mil gastadores y cinco mil diablos". Alemanes sobre la batalla de Nordlinger (1634 - Guerra de los treinta años): "... los españoles peleaban como diablos y no como hombres, estando firmes como si fueran paredes". Coronel sueco en la batalla de Nordlinger (los suecos fueron derrotados en esta batalla): "Nunca nos habíamos enfrentados a un soldado de infantería como el español. No se derrumba, es una roca, no desespera y resiste paciente hasta que puede derrotarte". Napoleón Bonaparte: "Si queremos dominar el mundo, antes debemos anexionarnos a los vecinos del sur; su arrojo y voluntad nos dará la victoria que necesitamos". "A los españoles les gusta renegar de su país y de sus instituciones, pero no permiten que lo hagan los extranjeros". José I Bonaparte: "Hacen falta muchos medios para someter a España, este país y este pueblo no se parece a ningún otro. No hay un solo español que defienda mi causa". Cardenal Richelieu de Francia: "Tan cierto es que los españoles aspiran al dominio mundial como que sólo su escaso número se lo impide". Adolf Hitler a sus generales cuando propusieron invadir España: "Ni hablar. Los españoles gobernaron una vez el mundo, es el único pueblo mediterráneo verdaderamente valiente, organizarían guerrillas en nuestra retaguardia. No se puede entrar en España sin el permiso de los españoles". General alemán Josef "Seep" Dietrich (general de las Waffen-SS de Hitler): "Cuando veáis a un soldado desaliñado, indisciplinado y sin afeitar, cuadraros. Es un héroe español. Son valientes, duros, no ceden ante nada; qué orgullo me da que los españoles estén con nosotros". Hay una frase de Bismarck sobre España: “España es el pais más fuerte del mundo: los españoles llevan siglos intentado destruirlo y no lo han conseguido” Hipólito Taine, filósofo, crítico e historiador francés (1828-1893): "Hay un momento superior en la especie humana: la España desde 1500 a 1700". Alexander Von Humboldt, naturalista y explorador alemán: "La Humanidad debe gratitud eterna a España, pues la multitud de expediciones científicas que ha financiado ha hecho posible la extensión de los conocimientos
geográficos".
El gran engaño con el que 350 soldados de los Tercios españoles aplastaron a miles de piratas en Hammamet
Para entender el por qué el viejo Imperio utilizó la picaresca como una de sus armas es necesario retrotraernos en el tiempo hasta el siglo XVII. Por entonces, la situación de España, aunque
hegemónica en el mundo (pues su territorio se extendía desde el
Nuevo Mundo
hasta
Asia
pasando por Europa), era financieramente precaria. Por ello,Felipe III
no tuvo más remedio quEstas
dificultades económicas, unidas a la amplitud del territorio español, provocaron que fuera en ocasiones muy dificultoso disponer de un contingente militar suficiente en todos los lugares
colonizados. Por ello, y para suplir la inferioridad numérica ocasional, los soldados se valieron de todo tipo de estratagemas más propias de una película de ciencia ficción que de la
realidad. e recurrir a una política pacifista y de alianzas para así no perder en batalla los territorios anteriormente anexionados.
Así lo explica el escritor
Eduardo Ruiz de Burgos Moreno en su libro «La difícil herencia» (editado por Edaf), en el que analiza varias decenas de contiendas que se produjeron durante
el reinado de
Felipe III. «A pesar de la mejor voluntad real, las inmensas posesiones españolas se vieron una y otra vez atacadas y, en sólo diez años, obligaron a sus ejércitos a mantener
162 batallas repartidas por todos los confines terrestres», determina en el texto.
Enemigos por mar
Por entonces, en pleno siglo XVII, los españoles necesitaban tomar el puerto de la
Mahometa (actual
Hammamet, en Túnez) para acabar con los constantes ataques de los molestos
piratas turcos. Y no se les pudo presentar mejor ocasión que el momento en que sus espías les desvelaron que los defensores esperaban la llegada de una flota aliada. Cualquier otro
habría preferido mantenerse al acecho, pero España decidió aprovechar esta información en su favor: si se aproximaban hasta la ciudad haciéndose pasar por los refuerzos, podrían llegar a tierra
sin sufrir daños y conquistar la urbe desde dentro. El plan estaba en marcha.
El engaño se organizó para el
18 de julio de 1602. Ese día, se organizó una flota católica dispuesta a acabar con los defensores de Hammamet. «El ataque corrió a cargo de 350
infantes españoles y caballeros a las
órdenes de Malta y de la toscana», explica Ruiz de Burgos en su obra. En sus palabras, «la vanguardia española llegó al puerto en 5 ligeras falúas (pequeña embarcación destinada al
transporte de infantería), de dos velas triangulares y un mástil ligeramente inclinado hacia la proa, como las falúas musulmanas».
En cada una de las embarcaciones el engaño estaba listo. Los españoles cambiaron sus banderas por las turcas y se disfrazaron con
turbantes para hacerse pasar por los refuerzos que los defensores esperaban. Además, y para asegurarse de que no se descubriera su trampa, se ordenó a varios soldados que tocasen
bendires,
crótalos y
laúdes, instrumentos usados en la música tradicional árabe. «Así, disfrazados, les resultó sencillo ser confundidos con los turcos que estaban esperando», comenta el escritor.
La mascarada salió a la perfección, y los defensores se creyeron el engaño. «La estrategia española permitió a la escuadra anclar muy cerca de tierra (…) Incluso la
guarnición de “Hammamet” salió a recibirlos a la playa acompañada por una gran multitud que se agolpaba sobre el muelle del puerto», explica Ruiz de Burgos. Lamentablemente para todos ellos no
eran los refuerzos que esperaban, sino los barcos cristianos. Para cuando se dieron cuenta del gran error que habían cometido ya era demasiado tarde. Estaban condenados.
Las Derrotas inglesas en el Río de la Plata 1806-1807". Luis Gorrochategui
Hoy hace 212 años, bonito capicúa, de una de las más decisivas victorias españolas de la historia. Una con un alcance geoestratégico aún incalculable. Me estoy refiriendo a lo ocurrido en Buenos
Aires el 5 de julio de 1807. Algo de la envergadura del enfrentamiento entre
Blas de Lezo y
Vernon en 1741 en Cartagena de Indias, felizmente hoy recuperado para nuestra consciencia colectiva, o del choque entre
María Pita y
Drake en 1589, que supera al archideformado fiasco de la
Invencible del año anterior, y está siendo ya aceptado por la comunidad historiográfica internacional. ¿Pero de qué me habla usted? ¿Otra gran victoria española en Buenos Aires en 1807? Pues
sí. Se lo cuento.
Inglaterra se pasó siglos soñando con quedarse con la América hispana, y sus ínfulas se dispararon tras el Tratado de Utrecht (1713). España hubo de ceder el asiento de negros y un navío de
permiso, una limitada penetración comercial en América que sin embargo generó en Inglaterra grandes expectativas de negocio, pronto frustradas, lo que propiciaría la
Burbuja de los mares del Sur, la crisis financiera o crack británico de 1720. En este contexto nacerá el panfleto anónimo
Una propuesta para humillar a España, donde por vez primera, y más allá de minucias y navíos de permiso, se detalla un plan para la conquista total de la América española iniciándola por su
parte más débil y propicia: el Cono Sur. A este plan se sucederán otros, y, tras sonados fiascos ingleses, como el mencionado de Cartagena de Indias, o la práctica expulsión del Nuevo Continente
tras las acciones de
Bernardo de Gálvez y la emancipación de los nacientes Estados unidos (1775-1783), Inglaterra encontrará su gran oportunidad a principios del siglo XIX. Una España ya en franca
decadencia, y la victoria en Trafalgar, la animará a lanzar su envite final por las
Indias. De este modo, expulsada de América del Norte, intentará quedarse, por las bravas, con la América del Sur. Su plan, hijo de planes anteriores, consistirá en un ataque combinado a ambos
flancos del Cono Sur: contra Buenos Aires en el Atlántico, y contra Santiago de Chile en el Pacífico.
El 3 de febrero de 1807 cae la bien amurallada Montevideo tras tenaz resistencia, y una colosal fuerza se prepara entonces para marchar contra Buenos Aires. Más de 30.000 británicos, y más de 200
barcos (incluyendo navíos de guerra, transportes, y mercantes) se concentran ya en el Río de la Plata. España, estrangulada por Francia y noqueada por la apatía de su clase dirigente, no puede
enviar un ejército para defenderla, y América parece ya perdida para siempre. Pero, al modo de lo que ocurrirá en la península con su levantamiento contra el francés, también se va a enfrentar en
América contra el inglés, aunque esta sea una historia mucho menos conocida. Efectivamente, espoleada por un ataque pirático previo en busca de botín realizado el año anterior de 1806, Buenos
Aires decide convertirse en un ejército para repeler la inminente ofensiva a gran escala. Los vecinos, ni cortos ni perezosos, se organizan en regimientos según sus regiones de origen y sus
etnias. Así nacerán los regimientos de Patricios (nacidos en América), vascos, gallegos, catalanes, andaluces, cántabros, Pardos y Morenos… de toda América afluyen voluntarios, dinero, pólvora,
pertrechos.
La gran batalla, lo dijimos, se desencadena el 5 de julio de 1807. Al amanecer suenan los 36 cañonazos de ordenanza y el ejército británico inicia su marcha por catorce calles paralelas de la
geométrica Buenos Aires. Los esperan los vecinos con sus diferenciados y flamantes uniformes para impedirlo. Llevan meses haciendo instrucción militar, incluyendo prácticas de tiro, y se han
apostado en las azoteas, bocacalles y plazas según minucioso plan. En su arrogancia, los británicos ni imaginan lo que les espera, pero la más épica y desesperada refriega por el control de
América está a punto de empezar. Los milicianos se han distribuido en dos anillos defensivos concéntricos. El más pequeño protege la Plaza Mayor, la Fortaleza, Recova y calles adyacentes. En un
obstáculo clásico, tiene barricadas, artillería, fusilería, y hasta se ha cavado un foso. El segundo es bien distinto. No ha sido diseñado para repeler sino para aniquilar, y en él espera el
grueso del ejército rioplatense apostado en secreto en las azoteas cuadrangulares de las casas de Buenos Aires. Efectivamente,
las calles de Buenos Aires son todas paralelas y se cortan en ángulos rectos, formando cuadrados casi iguales entre si. Las casas están hechas de ladrillo y, con vistas a la defensa, las paredes
son gruesas, las ventanas tienen barras de hierro, las puertas fuertes cerrojos. Las azoteas son lisas, con un parapeto de dos pies de altura y troneras. Están intercomunicadas. Como dirá el
teniente coronel británico
Lancelot Holland.
Pero cuando los británicos se dirigen hacia el mar con la intención de rodear el primer anillo, el único de que son conscientes, son sorprendidos por la mayor emboscada jamás realizada por
milicianos hispanos. La flor del ejército cae muerta o prisionera. A modo de ejemplo, tenemos el testimonio del
teniente coronel Cadogan:
el enemigo apareció de repente en gran número en algunas ventanas, en la azotea de aquel edificio y desde las barracas del lado opuesto de la calle y desde el extremo de la misma. En un momento,
la totalidad de la compañía de vanguardia de mi columna, y algunos artilleros y caballos fueron muertos o heridos...
John Whitelocke, comandante en jefe de la fuerza expedicionaria, y gobernador, con un sueldo adicional de 4.000 libras, de la nueva América británica, cuya conquista ya se ha dado como
segura, se verá obligado a rubricar el más favorable de los armisticios que jamás otorgó Inglaterra. Pues, según sus palabras,
Sudamérica jamás podrá pertenecer a los ingleses… la obstinación de todas las clases de los habitantes es increíble. Según la capitulación los británicos tienen 10 días para abandonar Buenos
Aires y dos meses para evacuar el Plata. Antes de irse han de reparar las murallas de Montevideo, y los españoles les facilitarán su marcha. Para entender la magnitud del desastre, nada mejor que
leer «The Times» del 14 de septiembre de 1807:
El ataque sobre Buenos Aires ha fracasado y hace ya tiempo que no queda un solo soldado británico en la parte española de Sudamérica. Los detalles de este desastre, quizás el más grande que ha
sufrido este país desde la guerra revolucionaria, [guerra de Independencia de los EEUU] fueron publicados ayer en un número extraordinario... El ataque de acuerdo al plan preestablecido, se llevó
a cabo el 5 de julio, y los resultados fueron los previsibles. Las columnas se encontraron con una resistencia decidida. En cada calle, desde cada casa, la oposición fue tan resuelta y gallarda
como se han dado pocos casos en la historia.
Y así Argentina, la eternamente plateada por su victoria inaugural contra Inglaterra, y los demás países hispanoamericanos, han tenido y siguen teniendo su ocasión de existir. Incluyendo la
oportunidad de entender que la fragmentación de Hispanoamérica, fue sí, el plan B que Inglaterra pondría en marcha poco después para debilitar esa tierra indómita que no pudieron conquistar. Pero
eso es otra historia.
Australia pudo haber sido española en el siglo XVI
Una biblioteca exhibe las cartas de un explorador que pedía a Felipe III dinero para reclamar la isla para la Corona
Documentos españoles del siglo XVII expuestos en una biblioteca australiana demuestran lo cerca que estuvo el rey Felipe III (1578-1621) de enviar una expedición para reclamar la isla de
Australia para la Corona de España. La biblioteca estatal de Nueva Gales del Sur, en Sídney, exhibe los trece memoriales que el
explorador Pedro Fernández de Queirós, de origen portugués, envió durante años al monarca para solicitar financiación.
«Podríamos haber sido españoles, tener su cocina y hablar su idioma», declaró a la cadena ABC Alex Byrne, rector de la biblioteca, situada en el sureste del país oceánico.
Dos nuevos documentos, adquiridos a un coleccionista privado por unos 600.000 euros, fueron mostrados al público por primera vez esta semana, junto a los once que ya poseía la institución, y
permanecerán expuestos hasta febrero del 2014. «Los documentos eran altamente confidenciales, así que, cuando uno fue filtrado a los espías, la rivalidad [de otros reinos] aumentó», indicó
Byrne durante el acto de inauguración.
Las misivas muestran el empecinamiento de Queirós para que la Corona española sufragara una expedición después de que el explorador se topara en el Pacífico con una tierra «de maravillosas
especias, nuez moscada y canela». «Allí hay madera para construir barcos para la Armada de su majestad y gente a la que podemos cristianizar antes de que los protestantes lleguen», escribió
Queirós al monarca en uno de las misivas. Previamente, en 1603 el marino partió de Perú acompañado de tres naves con la intención de encontrar Terra Australis.
Tres años más tarde, Queirós arribó a una isla bautizando su descubrimiento con el nombre de Austrialia del Espíritu Santo -combina las palabras Austral y Austria, la casa a la que pertenecía
el rey- al ser el primer europeo en pisar «aquellos lejanos territorios».
Las creencias populares apuntan a que el viajero confundió la isla de Australia con otro terreno a más 2.000 kilómetros de la costa este australiana y que hoy en día pertenece al archipiélago
de Vanuatu.
El portugués -por entonces las actuales Portugal y España pertenecían a la Corona española, bajo el reinado del Piadoso, como se conocía al rey- regresó a Madrid en 1607 para solicitar a la
Corte Real la financiación de una nueva expedición.
El aventurero fue tomado por loco, aunque durante siete años no cejó en su empeño y continuó escribiendo memoriales a Felipe III relatando su viaje y pidiendo otra oportunidad.
«Durante esos siglos, ellos tenían menos conocimiento que cuando nosotros mandamos una nave espacial a Marte o más allá [...]. Imaginaban que habría monstruos por los mares, así que Queirós
pretendía persuadir al rey para que pusiera dinero en una aventura muy peligrosa», apuntó el bibliotecario.
En los actuales libros y enciclopedias de historia se concede el descubrimiento de Australia al marino holandés Willem Janszoon. Patrick Francis Moran -arzobispo de Sídney desde 1884 a 1911-
ha sido uno de los principales defensores de las teorías que apuntan a que Fernández de Queirós fue el primer europeo en llegar a Australia al asegurar que el primer asentamiento español,
llamado Nueva Jerusalén, se encontraba cerca de Gladstone, en el estado de Queensland.
Muerte en Panamá
Tras años de insistencia, Felipe III accedió a financiar la expedición de Queirós, quien finalmente fue enviado a Panamá, donde falleció en 1614 antes de iniciar la expedición en busca de las
tierras australes. «Podría haber sido un mundo diferente, ¿verdad?, y quién sabe hacia dónde habría ido, pero, supongo, estas son las peculiaridades de la historia», sentenció el experto
bibliotecario.