Los territorios vascos han tenido diversas enseñas a lo largo de la historia, muchas de ellas totalmente desconocidas hoy en día
Reportaje e imágenes de Juan José González
Con nuestras banderas ha pasado y pasa que cuando son conocidas, como las propias de las anteiglesias del Duranguesado, las villas de la Rioja Alavesa o las de los valles navarros del Baztán y Roncal, apenas si tenemos datos sobre sus orígenes y significado, además viéndolas surge una pregunta que es: ¿Por qué son tan parecidas en diseño? ¿Tienen un mismo origen? No hay más que contemplar la situación de las mismas en un mapa para ver que son tres áreas distantes entre sí y por otra parte identifican tres realidades administrativas diferentes: anteiglesias, villas y valles. He aquí un tema que pide estudio y reflexión por parte de todos lo que nos dedicamos al estudio de los temas de nuestro pueblo; y por otra parte existen un conjunto de banderas que aunque conocidas, no lo son para la población en general y de estas últimas vamos a realizar una breve reseña.
A día de hoy las diputaciones forales de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa, así como el Gobierno de Navarra, han adoptado sus correspondientes enseñas, con mejor o peor criterio, dotando a cada territorio de una enseña identificativa, pero este uso no es de hoy, viene de antes. Aunque algún erudito ha escrito “Vizcaya, a diferencia de Navarra, no había tenido nunca bandera”, ello no es cierto. Sirva como ejemplo lo recogido en las Actas de Tierra Llana (25 de enero de 1596): Y por el consiguiente, atento que no se halla la bandera deste dicho Señorío, se hordeno que en buscalla se hagan las diligencias necesarias, e que del primer repartimiento se haga una bandera nueva con las armas de Vizcaya.
Podemos debatir sobre si era blanca o carmesí, pero lo cierto es que existía y lo que sucedió, como con otras cuestiones que suponen dotar de personalidad e identidad propia a un pueblo, es que se procedió a un proceso de aculturación, de lo que no se habla, de lo que no se enseña, no existe. Pero además de esa bandera propia del Señorío, Bizkaia tenía su propio pabellón para arbolar en sus naves, era este de color rojo con una cruz blanca de Borgoña de extremo a extremo. La encontramos en el manual de William Downman (1695-6), la lámina de B. Lens (1700) y en las acuarelas de la Villa de Bilbao realizadas por Richter y Thomas Moroni, a finales del siglo XVIII, conservadas en Museo Vasco de Bilbao.
En paralelo a esta enseña nos encontramos con la que portaban todas embarcaciones que navegaban bajo la autoridad del Consulado de Bilbao, que era idéntica a la de Bizkaia, pero con los colores invertidos. Una bandera de parecidas características, con variante de color, aparecerá en láminas y libros, principalmente ingleses, durante los siglos XVIII y XIX identificada como Biscay, su paño es azul y la cruz de Borgoña roja. Esto llevará a que sea identificada como bandera naval vizcaína. Mi opinión es que sea, posiblemente, una enseña propia de Gipuzkoa y para ello me apoyo en una pintura del siglo XVII que se encuentra en el Real Monasterio de la Encarnación (Madrid); su título es El intercambio de las princesas en el rio Bidasoa y muestra la entrega en la Isla de los Faisanes, el 9 de noviembre de 1615, de las princesas Ana de Austria, futura esposa de Luis XIV, e Isabel de Borbón, que casará con Felipe IV. Pero lo que nos interesa de esta obra es el cuerpo de tropas que aparecen hacia la parte superior del cuadro, que han sido identificadas como tercios vizcaínos. Si tenemos en cuenta nuestra peculiar organización foral, incluido el sistema militar, podemos deducir que las tropas no son las de Bizkaia, sino las de Gipuzkoa, y lo interesante es que portan tres banderas, siendo la que ocupa el lugar central azul con la cruz de Borgoña roja, que curiosamente se la identifica equivocadamente con Bizkaia.
‘Cantabres Volontaires’ A finales de 1745 Jean Philippe de Bela (1703-1796) reclutará en los territorios de Iparralde un regimiento que recibe el nombre de Cantabres Volontaires (1745-1749) y que tendrá una bandera de fondo azul con una cruz blanca y saliendo de esta una llama roja en cada cantón y en el centro el escudo con las armas de Navarra, lo que me lleva a pensar si nuestro ilustre zuberotarra no se inspiró en la bandera que las láminas identificaban como Biscay, y digo esto porque le Chevalier de Bela había tenido una azarosa vida militar por media Europa y conocimientos muy amplios en muy diversas materias, y el tema de las banderas era cuestión muy prioritaria en la vida militar: diferenciar al aliado del enemigo era y es de vital importancia. En ese mismo ámbito de Iparralde, tuvo su origen el Regiment de Labourd, que fue constituido en el año 1694 y que tuvo una bandera de fondo verde con una cruz blanca y aspas divididas por mitad de amarillo y negro, de forma alterna. Su vida fue corta pues lo encontramos en 1714 incorporado al Regiment d’Orleans. Uno de los más antiguos regimientos al servicio del rey de Francia y de Navarra, el Régiment de Navarre, fue creado en 1558 bajo el nombre regimiento de los guardias del rey de Navarra y perdurará hasta la época de la revolución. Tenía una bandera de color rojizo (feuille morte) con una cruz blanca sembrada de flores de lis y cargada de cinco escudos de Navarra.
Las Conferencias Políticas conformadas por los representantes de las diputaciones forales de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa, adoptarán en 1859 una bandera de color rojo sobre la que figurará el emblema de las tres manos unidas, símbolo heredado de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País, y representativo del lema Irurac-Bat. Esta bandera, aunque usada en los actos convocados por las Conferencias, nunca alcanzó un arraigo popular, quizás porque el pueblo la contempló siempre como la enseña oficial de esas Conferencias. El 4 de noviembre de ese mismo año de 1859, las diputaciones forales de los tres territorios aprobaron participar en la guerra de África con una brigada dividida en cuatro tercios; en total, unos 3.000 hombres que se reclutarían con arreglo a fuero, tal y como quedaba recogido en el 2º punto del acuerdo. La bandera que portarían era la rojigualda y en la franja inferior el símbolo de las tres manos entrelazadas, con el lema Irurac-Bat, la idea de incorporarlos partió de la Diputación de Gipuzkoa y fue admitido por el general Latorre, jefe de la División Vascongada. Así mismo, las compañías de cada tercio contaría con sus banderines identificativos: que consistirían en el escudo del respectivo territorio sobre fondo azul (1er Tercio, Araba), rojo (2º Tercio, Gipuzkoa), blanco (3er Tercio, Bizkaia), y por último rojo y blanco (4º Tercio, compuesto por gipuzkoarras y bizkaitarras, por lo cual en este caso figuraban conjuntamente los escudos de Gipuzkoa y de Bizkaia), además del número del Tercio al que pertenecían. Terminada la campaña, algunas de estas banderas fueron depositadas en lugares de culto religioso; así, la del 4º Tercio fue depositada en la basílica de Loyola y la del 1er Tercio, en la Colegiata de Santa María de Vitoria.
Primera de Euskal Herria En 1881 aparecerá la que algunos han definido como la primera bandera de Euskal Herria, pero como decía Arturo Campión en relación con el lema y escudo, “substituyendo el raquítico Irurak-bat, no con el incompleto Laurak-bat, sino con el lema definitivo de Zazpirak-bat”; podemos decir que esta bandera era incompleta, al representar parcialmente el territorio y dejar fuera los territorios de Iparralde. El 27 de febrero de 1881 se celebró en París una manifestación en homenaje a Víctor Hugo. En la crónica de Francisco Javier Godo recogida en El Noticiero Bilbaino se lee: Entre los 324 estandartes y banderas, los colores españoles lo impresionaron vivamente, pero el que más llamó la atención del gran poeta del siglo XIX, el día de su apoteosis, fue el vasco-navarro, como varias veces le repetía al subdirector de La Correspondencia de París. Esta bandera había sido diseñada por Pedro de Soraluce-Zubizarreta y se puede describir como: formada por dos franjas verticales, roja al asta y blanca al vuelo, y en cada ángulo un estrella dorada; en el centro el escudo del Laurak-Bat (de oro, cuatro manos de guerreros formando cruz y en cada cuartel una cabeza de reyes árabes o moros, o sea el lauburu). La explicación para dicha composición es la siguiente: el rojo representa a Navarra y el blanco a las tres provincias vascas, y las cuatro estrellas representan a cada una de las Cuatro Hermanas. Pero aun siendo tan interesante como puede ser la propia bandera, hay un dato que generalmente suele pasar desapercibido, quizás por centrar nuestro propio interés en la bandera; se trata de las cintas que la adornan: El corbatín es el de España, juntamente con otras cuatro corbatas, cuyos colores son blanco, azul, rojo y verde, o sean: Vizcaya, Guipúzcoa, Navarra y Álava respectivamente. Es decir, que el color, que según Soraluce y los que con él colaboraron, representaba a Araba era el verde, a Bizkaia el blanco, a Gipuzkoa el azul y a Navarra el rojo. Lo que viene a ratificar la asociación del azul con Gipuzkoa, como hemos visto anteriormente en el siglo XVII.
En 1894, con motivo de las Fiestas Vascas de Saint-Jean-de-Luz, celebradas durante los días 26 al 29 de agosto, tenemos las referencias de Vicente Monzón y Charles Bernadou sobre la presencia de las banderas de las “siete provincias”. El primero nos dice: “La comitiva, se puso en movimiento en medio del mayor bullicio, precedida de las siete banderas, más la de la Tradición basca, que eran rojas, con sus escudos bordados. Esta última era la que llevaba entre sus pliegues el lema Zazpiak bat”; y Bernadou apunta: “Et les drapeaux des sept provinces aux vives couleurs rouges étincellent sous les arbres”. Recordemos aquí cómo el 14 de julio de este mismo año se izaba la ikurriña por primera vez en el Euzkeldun Batzokija como bandera propia de Bizkaia, pero, como sucede con otros símbolos, se crean, evolucionan y se adaptan, y en el caso de la ikurriña desbordó el marco referencial que tanto Sabino Arana como su hermano Luis le habían dado, para convertirse el bandera de todos los vascos. Pero esa es otra historia y mi propósito era dar voz a las más olvidadas.